Salió el lunes en dos entrevistas en La Vanguardia y en un extenso reportaje en Antena 3, donde el equipo de grabación pudo recorrer su casa, llena de cámaras que espían lo que hacen los miembros de la familia y el servicio doméstico. Creo que también salió en TV3, a propósito del juicio de su exmujer, condenada a cuatro años de cárcel por supuestamente haber intentado asesinarle inyectándole insulina. Causó gran impacto.

El señor Mainat, pues de él estamos hablando, con sus grandes éxitos sociales y sus tribulaciones, no debería tener entre nosotros una presencia tan guadianesca, no debería pasar tan desapercibido, debería dejarse ver más, ser una presencia constante en los platós, pues empieza a ser tan mitómano y narcisista que ha adquirido méritos sobrados para incorporarse a la nómina internacional de grandes excéntricos del mundo del espectáculo que ya no se sabe si son persona o personaje, desquiciados por la acumulación de dinero, con todas las puertas que éste abre y que les permite tomarse las libertades más desaforadas.

Si tenemos constantemente en la pequeña pantalla a Miguel Bosé diciendo mamarrachadas, ¿por qué no a Mainat, que tiene mucha más sustancia?

Pienso en una serie de personajes llamativos, como Xavier CugatPhil Spector (que en los estudios de grabación solía blandir la pistola –hasta que los Ramone le hicieron desistir de tan peligroso hábito, mediante el expediente de apalearle y darle de bofetadas— y que, de hecho, acabó asesinando); como Camilo Sesto o Charlie Sheen; como Salvador Dalí y Michael Jackson.

La parte, digamos, creativa de cada uno de ellos, su aportación a la cultura popular, es muy diversa y de diverso valor; la parte más o menos tarada de su psique tiene algo en común y nos atrae como un imán a un clavo. Uno no sabe si reírse de ellos o admirar su deriva enloquecida y pegarse a su estela, a ver con qué nos saldrá la próxima vez. Hasta que cae el telón inmisericorde, estos personajes –turulatos, sí, pero no se puede decir que sean vulgares-- proporcionan al personal, que lleva una vida gris y previsible, grandes dosis de sana diversión y de asombro, como los niños que van al zoo y ven por primera vez una jirafa, un elefante.

Lanzo aquí la idea, a ver si alguien recoge el guante: Mainat se está haciendo acreedor a un programa televisivo para él solo. O, por lo menos, a una serie o a una película, quizá cuando se muera. Lo cual puede tardar un poco, pues, como él ha revelado en esas entrevistas, el norte de su vida, su obsesión, aquello para lo que trabaja denodadamente, es mantenerse todo lo joven que pueda a sus 78 años, para llegar a vivir con buena salud física y mental hasta los 120; él calcula que para entonces la medicina antiedad habrá progresado una barbaridad, y gracias a los fármacos del porvenir, podría llegar a los 150 años de vida. Y como es un chico oprtimista, pues está muy esperanzado.

Muy coherente con esa obsesión de longevidad es que no manifieste ningún interés especial por lo que en ese lapso le habrá pasado a todos sus amigos y contemporáneos. O por los desafíos que afronta la Humanidad. Nada de Fundaciones, Donaciones, actividades benéficas o proyectos filantrópicos asociados a su nombre. No, él habla de sí mismo y de sus hijos. Ya ni siquiera del procés, al que tanto había apoyado en su día con sus inflamados tweets. La inmortalidad bien entendida empieza por uno mismo.

En este proyecto fáustico que alimenta con todo tipo de mejunjes, disciplinas físicas, pastillas milagrosas, alimentación muy estudiada y equilibrada, cremas faciales y corporales y, sobre todo, la incorporación de un moderno tipo de bisoñé confeccionado con sus propios cabellos, bisoñé que se adhiere al cráneo y hay que cuidar minuciosamente y reemplazar cada cuatro meses, hay un vector entrañablemente pueril, la puerilidad de un varón que no ha llegado a madurar pese a que sea octogenario, y que ve la vida como una bolsa de caramelos de los que se quiere comer hasta el último. Y se lo cuenta alegremente a todo el mundo, como si a los demás les importase algo si el excéntrico va efectivamente a vivir 120 o 150 años o se va a morir mañana.

En realidad, esa inmadurez parece que se compadece bien, que sea una prolongación lógica, una nueva etapa post-jubilación, de su trayectoria profesional y vital, primero como autor y cantante de La Trinca y luego como productor de telebasura. Señores, estamos hablando del que nos trajo el hit Diuen que l’home ve de la patata. La inmortalidad que persigue es otra estúpida ilusión más.

Si se le diera ese programa de televisión, que se podría titular Jo, Mainat, podría dedicar el primer episodio a hablar de su exmujer, a la que él envió a prisión –donde estará cuatro años--, acusándola de haber intentado matarle, pero de la que dice sentirse en parte todavía enamorado. Esta ambigüedad tiene muchas capas, sería interesantísimo que invitase al programa a psiquiatras y psicoanalistas para discutir del extraño caso del enamorado que envía a su amorcito a la cárcel; y luego podría proyectarse La Sirena del Misisipi de Truffaut, donde Jean Paul Belmondo, por exceso de amor a Catherine Deneuve, deja que ésta le envenene. Cuando ella se da cuenta de que él se está dejando matar, se enamora por fin de él.

En la siguiente entrega de Jo, Mainat, éste debería hablar de su modernísima peluca, de las ventajas que presenta sobre los transplantes en Turquía, de su superioridad sobre el bisoñé clásico, se podría hacer una comparación con los modelos de Dolly Parton, Terenci Moix o Andy Warhol, etcétera.

En la siguiente entrega, sobre sus viajes a Holanda a buscar unas vitaminas rejuvenecedoras que sólo allí se encuentran… O sobre la conveniencia o no de ir a la cárcel a visitar a su ex mujer…

En fin, seria una serie de interés grande. Y como él le cae bien a los catalanes, y como sonríe mucho con su flamante dentadura nueva, y sabe tocar la guitarra, los programas podrían ir amenizados por las canciones de La Trinca, como música de fondo.