La preocupación eterna por la desaparición de la lengua catalana concierne al 40% de la ciudadanía. Es el esquema clásico de Òmnium, que nació en los años 50 para defender la lengua vernácula con el aval del señor gobernador, Garicano Goñi. Y cada pocos años, estamos en las mismas, el catalán está a punto de desaparecer si no se aumenta su uso por ley en los entornos laborales. Junts se automargina esta vez y su cabeza de lista, Puigdemont, suelta en Bélgica, en un atril ante los suyos, que Cataluña no pinta nada y que Salvador Illa es un mero gobernador civil de la plaza.

Òmnium habla hoy de lo mismo que hablaba en su momento, el primer presidente de la institución, Félix Millet i Maristany, el letrado que presidió el Banco Popular, una entidad desaparecida y carca donde las hubo. Está visto que la lengua y las finanzas son el doble rasero de nuestras desgracias. Millet padre puso a prueba la capacidad absorción de las élites catalanas negociando con Garicano, en los entretiens de pérgola y tenis que facilitaron el entronque entre una hija del gobernador y Xavier Ribó --hermano del político Rafel (ex Síndic de Greuges)-- y primogénito del Agente de Cambio y Bolsa, que fue el último secretario de Francesc Cambó.

El caso es que entonces, en pleno antiguo régimen, se hablaba a las claras y con razón del peligro de residualización del catalán. Pero lo curioso es que, si alguien se molesta en leer al gran memoralista Maurici Serrahima, verá que decía lo mismo que dicen ahora el presidente de Omnium, Xavier Antich, y sus amigos. El argumento se robusteció durante la dictadura, pero es demasiado reiterativo, cuando la instancia política y sus instituciones civiles tratan ahora de infundir temor sin causa.

El Pacte Nacional per la Llengua, impulsado por el anterior Ejecutivo, presidido por Pere Aragonès, quiere aumentar el uso del catalán con el horizonte fijado en 2030, y es uno de los compromisos que Salvador Illa alcanzó en los pactos con los republicanos para conseguir su investidura. Esquerra impone su ley y Junts se pone al margen para mostrar su rechazo a un acuerdo que Puigdemont considera revisionista y no puede mejorar su postergado regreso a casa. Del victimismo nace el rencor.

Òmnium, referencia del Pacte Nacional firmado ayer, quiere una solución de orientación monoglósica de largo plazo capaz de evitar propuestas solo reactivas. ERC nos tanga directamente, como intentó el árbitro Hernández Hernández en el último clásico; dice que el asunto no es cosa de los partidos políticos, sino de la sociedad civil --la misma última trinchera de siempre-- para “evitar los obstáculos que el catalán pueda tener, como una eventual sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el 25% del castellano en las aulas”.

El cazador cambia de nombre, pero la cueva siempre es la misma: la sociedad lo exige. Falso de toda falsedad. Los políticos cumplen entre ellos sus promesas y nosotros tragamos. Garicano evoluciona en forma de holograma y Salvador Illa certifica lo que prometió en su investidura. Será cosa de gobernadores.