El otro día Sílvia Orriols le dio un baño a Ramon Espadaler en el Parlament. Espadaler, como buen nacionalista burgués catalán, no se entera de nada, no ve nada más allá de su casa. Y, en cambio, la Orriols, que también es (la pobre), nacionalista, como alcaldesa de Ripoll ve a las mujeres con hiyab, que es un signo prístino de sumisión de la mujer, y se indigna. Con toda la razón. Ella también es mujer.

Espadaler replicó que “solo cinco países” europeos han legislado contra el velo islámico. Me pregunto qué argumento de autoridad es ese. Luego acusó a Orriols de que llevase al cuello una cruz, símbolo de cristianismo.

Orriols, con excelente dialéctica, aunque con esa voz de señorita Rottenmeyer que la caracteriza y la hace tan desagradable, le explicó que la cruz al cuello la pueden llevar mujeres como ella… y también los varones, mientras que el repugnante velo sólo tienen que llevarlo las mujeres.

Y seguramente hay algún tonto de izquierdas que dirá: “Lo llevan porque es su elección”. Pero creo que todas las personas sensatas sabemos que “el consentimiento”, la aceptación del velo, no es cuestión de la voluntad de unas mujeres musulmanas sometidas al discurso machista del fundamentalismo religioso musulmán que está calando en Cataluña sin que las autoridades hagan nada para frenarlo, no digamos ya combatirlo.

En El ladrón en la casa vacía, Jean-François Revel cuenta que nunca había follado tanto como cuando era maestro en Egipto, donde las mujeres, al ir con velo y ser todas iguales bajo la tela negra, podían acudir a su casa sin temor a ser reconocidas. Pero me parece que esto era una boutade del gran periodista.

A usted, querido lector, seguramente todo esto no le importa, no tiene vecinas con el velo puesto, si va a su casa una asistenta, esta no aparecerá cubierta con el símbolo de su sumisión a los machos de la tribu (que esa, la asistenta, es toda su relación con el fundamentalismo islámico)… salvo que viva en Salt, en Vic, en Reus, en Tarragona, en tantas poblaciones catalanas, o incluso en Madrid. Allá, por debajo del radar de todos los Espadalers de la política pantuflista, el velo islámico se extiende sin que nadie le ponga freno ni mucho menos lo combata con los valores civiles de la democracia, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y, sencillamente, el respeto a la mujer.

Ya no me refiero a esas imágenes escandalosas del paseo de Gracia, donde tan a menudo vemos a un varón en camiseta, calzones y chanclas –lo que, según mi juicio particular, ya debería ser delictivo y punible, pero en esto no me voy a poner intransigente--… acompañados de una mujer envelada, y una niña que hasta que tenga la primera regla podrá vestir de rosa y con una camiseta de Mickey Mouse, pero a partir de entonces tendrá que vivir, como su madre, enfundada en una prenda que supuestamente les impone el Profeta, que la anula y que es lo más parecido que haya a una bolsa de basura. Ésos son turistas del Golfo Pérsico que vienen aquí, como todos los turistas, a hacer el gil.

Me refiero a una población catalana creciente, opaca –tanto por su voluntad como por la nuestra, pues preferimos no ver--. Y viene una mala noticia: tengan en cuenta los Espadalers filisteos de Cataluña que el velo no es más que la punta del iceberg de un sistema de creencias y valores resueltamente antidemocráticos y machistas, los del fundamentalismo islámico, que tarde o temprano entrarán en colisión con los valores o aspiraciones a la igualdad entre sexos y a la laicidad del Estado que nos informan y constituyen y nos permiten convivir.

Y, de momento, es un órgano de represión de la mujer que debería ser inaceptado por las supuestas feministas de nuestro, o de nuestros, gobiernos espadaleres, tan ocupados en decidir si una trans debe orinar en el aseo de hombres o en el de mujeres, y tan ciegos a una adoctrinación masiva y obvia.

Me “mojo” en esta cuestión, ya que salvo la valiente escritora Najat el Hachmi, que de vez en cuando escribe un artículo muy didáctico en El País, pero predica en el desierto, y la señora Sílvia Orriols –de la que aquella no puede estar más distante, pues la considera una racista, pero que de vez en cuando pone el dedo en la llaga--, ninguna de nuestras feministas de boquilla y de Gobierno dice nada, parece que no exista este horror que crece y que ya está ad portas.

Ellas están en la lucha por llegar a casa “solas y borrachas”, y colgando mensajes en Twitter sobre si Íñigo Errejón fue con ellas en la cama tierno o displicente.