Padre, en Cataluña, no hay más que uno. El ex Muy Honorable Jordi Pujol, el hombre que gobernó la terra durante 23 años.
Sigue por aquí, aguantando el tirón y acudiendo a todo lo que le invitan, mientras su partido languidece entre las ocurrencias de Puigdemont y la espera del juicio a su clan. Tarda en llegar.
Parece que los fieles, los miles de estómagos agradecidos, incluso los jueces y el Gobierno socialista, preferirían que el president no tuviera que pasar por una nueva humillación.
En un muy profesional intento de blanqueo, se ruedan documentales y películas en las que Jordi Pujol no es el malo, o al menos el malo con causa. Los verdaderos culpables son otros, los hijos, el partido, sus mediocres sucesores… Y, desde luego, la puta España.
No quería ver Parenostre, la película que agrupa en las salas a exconvergentes y contrarios, y de la que muchos salen sin saber qué opinar. Está bien hecha y mejor actuada, aunque la farsa –la de la Cataluña biempensante, nacionalista y monolingüe– se mueve en segundo plano.
Me resistía, aunque acabé cayendo en la tentación. He vuelto a enfrentarme a los monólogos interminables del político que reinventó Cataluña a su imagen y semejanza. Durante décadas pasé por ello en comidas, cenas y actos sin comprender la capacidad de aquel hombre para reñirnos y darnos lecciones de cómo ser un buen catalán.
Este nuevo filme dirigido por Manuel Huerga y producido por Toni Soler (dos profesionales estrechamente ligados a TV3 y a todo lo que se cuece y rueda en Cataluña desde hace décadas) es más interesante que el anterior documental de David Trueba, donde una larga lista de personajes hablaron de Pujol, desde distintos focos políticos sin decir casi nada.
Solo Prenafeta, el gran hacedor y comisionista recientemente fallecido, se atrevió con la verdad: “Si hubo algo de corrupción, que no digo que no, es consustancial; se remonta a la antigua Grecia”.
Parenostre tampoco desvela ningún secreto –no era su objetivo–, pero cuenta una buena historia, con algunos guiños dramáticos que engrandecen la figura de Jordi Pujol. Gracias al metro noventa y cinco de Josep Maria Pou –además de a su impresionante actuación– el bajito Pujol se agiganta. Mientras, al ex Rey de España lo representa Alberto San Juan, más bien corto de estatura.
Como resume mosén Ballarín (escritor, confesor de Pujol y hombre lúcido) en una escena de la película, no tenía interés por el dinero, solo por el poder. Su figura era la del Mesías político, el salvador de la tierra catalana.
Cada vez que escucho o veo esa historia del niño Jordi hablando de la Cataluña destruida ante el Tagamanent, el pico sagrado, me entran escalofríos. Da igual si esa conversación con el tiet es verdad o mentira. Nunca sabremos si allí empezó una leyenda o la gran farsa que seguimos alimentando.
Como tantos hombres que se creen grandes, Pujol no escogió bien a su sucesor ni supo dejar el poder. Puso al más obediente y callado, al guapo e inexpresivo Artur Mas, que dejó de obedecer y, contra todo sentido común pujolista, apostó por el referéndum ilegal. En la película –debe dolerle– le sacan feo.
Marta Ferrusola, tan criticada por su papel de madre superiora en Andorra, se salva. Es la madre gallina decidida a proteger a sus hijos (casi todos ellos, por lo visto, incapaces de sobrevivir sin ayuda de los papis) y ayudarles a construir su propia herencia.
Se echa de menos, por más que la señora haya fallecido, alguna pincelada sobre sus propios negocios colocando flores en todas las empresas catalanas. Aún recuerdo, agotada, mi intento de impedir que la presidenta in person me colocara un poto gigantesco en mi despacho de La Caixa.
Nadie ha contado aún la verdad sobre la herencia del abuelo Pujol. El simpático Florenci murió más bien pobre (aunque, en la película, su hijo repita que era rico); antes del caso Banca Catalana iba por las redacciones intentando explicar su verdad, quejándose porque su hijo, con tanta política, le estaba arruinando.
Durante la dictadura negoció (¿traficó?) con divisas, hizo negocios farmacéuticos y bancarios; ya mayor, seguía yendo por la Bolsa de Barcelona, a comprar algún valor y a por charleta.
Parece que, en noviembre de 2025, tendremos juicio. Once años desde que, en 2014, se empezó a hablar de los supuestos delitos fiscales, de cohecho, prevaricación, blanqueo, malversación y falsedad cometidos por la famiglia. Demasiados años de esta película tan catalana.