La sonnambula de Bellini encareció, en el estreno de anoche en el Liceu, el amor por el arte. Ya hemos visto cómo canta y baila Nadine Sierra, la mezzo que, hace poco, enhebró a la La traviata más asalvajada y fina.

La Amina de Bellini sale del Hotel España, andando y dormida a media noche; viaja por la Barcelona canalla que conoció Paul Morand, no pierde un segundo en conversaciones banales y se planta en la habitación del conde Rodolfo para ser acusada de infidelidad, aunque entre ambos no hay ni rastro de Le bleu du ciel de Bataille.

Es un guiño a la Barcelona precoz, pero mal informada, una demostración de mujer sin complejos, segura de amar a su pareja que, hace horas, la busca infructuosamente por le entraña de la ciudad.

Las paradas de Sant Jordi lanzan ensalmos destinados a los impresionables buscadores de letras, pero ella no se detiene, cruza la Rambla, emboca Ferran, atraviesa la plaza de Sant Jaume y entra en el Palau, donde se han dado cita Salvador Illa y el escritor Javier Cercas.

Allí tampoco está el chico de Amina; solo ocurre que, en un entreacto del fiestón organizado por la Generalitat bajo el luto sentido por la desaparición del papa Francisco, hablan el president y Cercas, nuestro escritor nacional, un mago, émulo de Marsé y de Mendoza; más lejano todavía, un joven longevo que ha llevado su literatura hasta los confines con El loco de Dios en el fin del mundo, la narración sobre el Papa recién fallecido en su viaje a Mongolia.

Cercas fue señalado por el Vaticano para escribir este libro; y lo hace especialmente auténtico la declaración de ateísmo por parte del escritor, que se confiesa tan anticlerical como el mismo Pontífice desaparecido.

Para llegar a la Iglesia periférica es necesario acabar con la globalización de la indiferencia. No es posible seguir callando ante el desastre humanitario de Netanyahu en Gaza. El líder de Roma, a la espera del camarlengo abrumado por los cardenales en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, tiene que decidir cómo trasladar al interior de su mundo los derechos humanos que reclama a la sociedad.

Bergoglio era consciente de que los jardines cardenalicios de Castel Gandolfo humedecen el ambiente con un tufillo cantón de ingratitud. O la Iglesia viaja a la periferia o la periferia se la comerá. Un derecho canónico convertido en frontera contra la igualdad entre hombres y mujeres es un derecho caduco.

Cuando la Amina de Bellini sale del Palau, todavía sonámbula, sabe que todo seguirá igual. Solo se ha abierto una lucecita que reclama la internacionalidad de nuestra celebración del libro y la rosa. La Cataluña de capelleta --de la que habló el gran Ferrater Mora-- solo brama por debajo de la interconexión; se ha impuesto el planteamiento multilateral que hoy disfrutamos.

Entre defensores y críticos del modelo de inmersión, se enaltece la realidad social del bilingüismo, la fiesta en la Praga de Kafka o en el Gales de Roald Dahl.