El presidente del Gobierno español, con esa mezcla de audacia y cálculo que lo caracteriza, se reunió con Xi Jinping en plena tormenta arancelaria desatada por el bravucón de Donald Trump, un contexto que convierte este viaje en algo más que una cortesía diplomática.
Ahora bien, ¿qué busca Sánchez en China? ¿Es un estadista tejiendo alianzas en un mundo multipolar o un escapista consumado huyendo de los abucheos domésticos? No es la primera vez que Sánchez se presenta como el puente entre mundos. En Pekín, con la vajilla imperial sobre la mesa, un detalle que Xi reservó para agasajar la valentía de su invitado frente al malhumor de la administración norteamericana, según cuentan las crónicas, el presidente del Gobierno insistió en el multilateralismo, en tender lazos comerciales y en diversificar mercados.
“España no elige entre Washington y Pekín, sino que aboga por el diálogo”, resumió. Nadie podría estar en desacuerdo, pero la realidad es más prosaica. Mientras Trump sigue descalificando a la Unión Europea e imponiendo aranceles que podrían dañar gravemente las exportaciones europeas, Sánchez apuesta por un acercamiento a China, de la que España importó en 2024 más de 45.000 millones de euros, mientras nuestras exportaciones apenas rozaron los 7.500 millones. Equilibrar esa balanza no es tarea para un par de cumbres y unas fotos sonrientes. El objetivo justifica todas las visitas que haga falta.
Aunque los titulares fueron más políticos que comerciales, el viaje dio algunos frutos concretos. Siete acuerdos firmados, desde facilitar la exportación de porcino y cosméticos hasta impulsar la cooperación en ciencia y educación. No es nada extraordinario, pero para el sector agroalimentario el mercado chino puede ser una tabla de salvación frente a las turbulencias globales.
Sánchez, además, se reunió con empresarios de la automoción eléctrica, un guiño a las inversiones chinas en España, como las de Chery o Envision, que prometen empleos verdes en lugares como Extremadura o Valencia.
Pero estos gestos económicos no borran las tensiones de fondo. China no es sólo un socio comercial. Es un rival sistémico, un régimen autoritario, amigo de Rusia, que juega en otra liga, con reglas arbitrarias que poco tienen que ver con las europeas.
Sánchez, lógicamente, optó por no mencionar la violación de derechos humanos y libertades civiles. Pretender otra cosa, como le reprochan algunos, hubiera sido estúpido, y no lo ha hecho nadie antes. Si vas a China para comerciar, ya sabes a lo que vas.
En el plano doméstico, el viaje ha dado munición para la crítica a la desnortada oposición de derechas. El PP acusa a Sánchez de seguir los dictados de José Luis Rodríguez Zapatero, ese expresidente que parece disfrutar de una segunda vida como embajador oficioso en foros asiáticos y hispanoamericanos. La teoría, tan conspirativa como jugosa, sostiene que ha viajado para apuntalar intereses personales de su mentor.
Y, sin embargo, hay algo en esta obstinación de Sánchez que merece atención. Frente a un mundo que se fragmenta, con unos EEUU que se deslizan hacia el aislacionismo comercial, el imperialismo y la autocracia, el presidente del Gobierno aprovecha bien las oportunidades para posicionar a España como un actor relevante sin que ello entre en contradicción con la política de la Comisión Europea, que aún no dirige un bloque unificado que pueda rivalizar con las otras potencias.
Es una apuesta arriesgada, porque China no regala nada y porque la factura de aparecer alineado con Pekín puede llegar en forma de fricciones con Washington. Pero también es una apuesta que refleja el nuevo tiempo: el eje del poder se desplaza hacia Asia.
En el fondo, este viaje es puro Sánchez. Una mezcla de visión estratégica, oportunismo político y un talento innato para proyectar una imagen de líder global, mientras en casa sigue siendo incapaz de aprobar presupuestos y se muestra servil con los independentistas a cambio de su apoyo. Si logra que las exportaciones de jamón serrano lleguen a los supermercados de Shanghái sin demasiados tropiezos, todos los viajes que haga a China habrán valido la pena. Pero si lo que busca es un sitio en la historia, hará bien en recordar que los puentes, cuando se construyen sobre arenas movedizas, tienden a tambalearse.