Dicen que Canalejas almorzaba a menudo con los conservadores Silvela y Eduardo Dato, en el Nuevo Club de Madrid, para humanizar las tensiones del Congreso; y el filósofo Gregorio Luri añade ahora que lo hacía para no perder de vista el modelo constitucional, practicado durante el turnismo de Cánovas y Sagasta. Sinceramente, si tuviésemos en estos momentos una experiencia similar, entre Sánchez y Feijóo, nos llevaríamos una sorpresa.

Podría hacer de maestro de ceremonias Alejandro Fernández, líder del PP catalán, un regeneracionista de los de “me duele España”. Pero será difícil, si el presidente no abandona la unanimidad europeísta de la ley del embudo. Queremos disensión serena, algo imposible en plena gangrena política de los medios judiciales. La oposición de toga condena al Constitucional de Conde Pumpido, pero nadie dijo nada cuando el tribunal de garantías estaba presidido por Pérez de los Cobos, un hombre con carnet del PP.

¿Habrá distensión? ¿Quién te dice que no? Alejandro, papista como el solo, tiene un verbo fácil y ductilidad a la hora de confrontar. Estos días, el jefe de filas de los conservadores catalanes tiene a toda la caterva comunicativa de Génova en contra; le dicen de todo, pero él no ha dejado de ser un gentleman. Empecemos por aquí.

La ruptura interna de la oposición presenta dos fracturas: la de Alejandro en su polémica con Feijóo acerca de su adamascada visión del PP europeo y lo que dijo Faes sobre la necesidad de establecer un marco doctrinal que aleje al PP de Vox, el partido amigo de Trump. Ninguno de los dos argumentos tiene que ver con el encuadre territorial de la política catalana, pero ambos basculan sobre los pactos establecidos entre Sánchez y las dos formaciones indepes, Junts y ERC; especialmente, cuando en la calle se dice que los aranceles de Trump están causados por las cuotas del catalán, gallego y vasco. Es el colmo de la justificación bizarra; un dime de barra de bar en el Madrid de ufana cortesía.

Sánchez ha puesto 5.000 millones encima de la mesa para aliviar la carga arancelaria y Salvador Illa le ha añadido otros 1.500. El decreto contra el shock proteccionista, que hoy entra en el Congreso, lleva las firmas del ministro Carlos Cuerpo y de Juan Bravo, responsable de economía del PP. Por lo menos en lo económico, hay unidad PP-PSOE frente al desgaste geopolítico de Washington y a la zanganería de los socios de Sánchez.

Ya lo ven: la España de banderías conjuga con la Cataluña resentida y, paralelamente, la gangrena convive con el pacto económico. Sentado en un banco coralino del bosque de Moncloa, Sánchez baraja hacer un Canalejas con Feijóo las veces que haga falta.