Se acabó la sequía. Digan lo que digan los agoreros y los que se empeñan en tratarnos como niños, esto comienza a parcerse al final del Covid. Dejemos de ser más papistas que el Papa.

Las estadísticas, aunque a veces desactualizadas y no siempre coherentes con las nacionales, ya no pueden ocultar que hemos dejado atrás otro periodo de sequía. Tras un buen 2024 en términos hídricos, marzo está siendo espectacular, y todo indica que abril también será generoso en lluvias. Nada nuevo en este clima mediterráneo, donde o no llueve nada o llueve demasiado.

Los embalses de las cuencas internas almacenan ya más de 300 hectómetros cúbicos (acercándose al 50% de su capacidad) y los de la Confederación Hidrográfica del Ebro en territorio catalán alcanzan los 1.400 hectómetros, el 75%. Lo mejor es que seguirá lloviendo y ahora también hay nieve en las montañas, por lo que es muy probable que comencemos junio con cifras significativamente mejores. ¡Fantástico!

Es hora de dejar atrás las restricciones y de regar y de encender las fuentes, porque vivimos del turismo y nuestras ciudades tienen que estar bonitas, pero también hay que trabajar para evitar futuros sufrimientos. Debemos invertir ahora en desaladoras, depuradoras, plantas de regeneración y conexiones entre cuencas. No tiene sentido que sobre agua en un lugar y falte en otro.

El abandono de fuentes y jardines es puro postureo iniciado por la peor alcaldesa de nuestra historia, aquella del cuanto peor, mejor. Hace tiempo que disponemos de agua regenerada suficiente para que las fuentes funcionen, ingenios que operan en circuito cerrado y que, salvo por viento, evaporación o falta de mantenimiento, no pierden agua. Bueno, ahora sí, porque al no usarse se han roto, y el ayuntamiento está gastando más de siete millones en reparaciones.

Algo similar ocurre con parques y jardines, muchos de ellos, abandonados. Nos llenamos la boca diciendo que queremos una ciudad verde, pero luego la dejamos morir. Nunca más deben depender fuentes ni jardines de si un anticiclón se posa en las islas británicas o en España; hay tecnología suficiente para no depender del cielo.

Si el agua de uso ornamental puede desacoplarse de los ciclos meteorológicos, también puede hacerse la que tiene otros usos. Podemos regenerar una gran cantidad del agua que usamos, como demuestra que ya el 25% del agua consumida en el área metropolitana proviene de la regeneración, pero esto es sólo el principio.

Además, la desalación es cada vez menos costosa y menos contaminante. Si los ciudadanos de Cataluña pudiéramos usar toda el agua de los embalses (que no es el caso), los 1.700 hectómetros cúbicos almacenados en Cataluña serían suficientes para más de cuatro años, siguiendo los datos de la ACA, que indica que “en situación de normalidad hídrica, unos siete millones y medio de personas consumen 1 hm³ al día”.

Antes de que comenzara a llover en 2024, consideramos mil y una soluciones, desde desaladoras portátiles hasta minitrasvases, pasando por los siempre socorridos barcos. Las obras deben hacerse ahora, con planificación, optimizando su uso y pensando en futuros periodos de sequía. Tuvimos sequía severa en 2007/08, la hemos tenido en 2021/24, y aunque no sabemos cuándo será la siguiente, sí sabemos que habrá otra en unos años, por mucho que llueva este año.

Tenemos tiempo, tecnología, empresas especializadas y también dinero suficiente. Si no hacemos obras es porque nuestros políticos no quieren o porque sólo les preocupa el corto plazo. Las obras de ampliación de la desaladora de Tordera y la construcción de la del Foix deben seguir por vía de urgencia. Las grandes áreas urbanas deben continuar trabajando en la regeneración del agua. No vale echar a correr cuando estemos de nuevo a punto de quedarnos sin agua, porque entonces ya será tarde. Es ahora cuando hay que trabajar para que, en la próxima sequía, dentro de tres, siete o diez años, tengamos otras soluciones más allá de rezar o sacar santos en procesión.