Da la sensación de que sobre los acontecimientos, o los disturbios, de Salt preferirías no haberte enterado, y prefieres no pensar en ellos. Supongo que es por lo que tienen de significativo y de ominoso. Signos trazados en una pared y que anuncian una tormenta. 

En Salt, la segunda ciudad, después de la capital, de la provincia de Gerona, con una fuerte presencia de inmigrantes magrebíes, el desahucio de un imán que llevaba años de “okupa” con su familia (mujer y nueve hijos) fue la causa, o el detonante, de tres noches de disturbios públicos, el 10, 11 y 12 de este mes, con destrozos de automóviles aparcados, incendio de contenedores de basura, enfrentamientos de grupos de encapuchados con la policía, un “mosso” herido y seis alborotadores detenidos, y luego una manifestación reclamando “viviendas dignas”. 

Según fuentes de la alcaldía, han sido hechos “puntuales” y las autoridades están trabajando para que no se repitan. Voces vecinales, por el contrario, denuncian que esto sólo ha sido una erupción, que en el futuro se repetirá con más gravedad, de un malestar social incontrolable, y que Salt, como otras ciudades y pueblos en situación parecida, es un polvorín donde la convivencia se ha degradado a niveles cada años menos soportables.

Hasta qué punto sea esto una correcta descripción de la situación o una exageración, interesada o no, es cosa difícil de discernir, pero es cierto que esas noches de rabia destructiva huelen a las “revanchas de las banlieues” francesas, barrios con una gran densidad de vecinos inmigrantes de los que la policía ya ha perdido el control y que con preocupante frecuencia estallan en incendios, destrozos, saqueos y combates callejeros entre masas de jóvenes airados y fuerzas del orden.

En Salt, y quizá en un próximo futuro en otras localidades catalanas, catalizan cuatro problemas que el sistema no sabe o no quiere enfrentar, o incluso cuya existencia no quiere reconocer.

Problemas que van agravándose mientras las energías del Estado y la inteligencia de la nación están ocupadas en otros asuntos que también requieren su atención o que sencillamente son más cómodos para lucir ideología y alardear de convicciones.

Un problema es la inaccesibilidad de la vivienda para ciertas capas de la sociedad, problema que se agrava por la codicia de unos, la miseria salarial de otros y por la llamémosla “cultura de la okupación” que abanderan determinadas fuerzas políticas. 

Segundo problema, cuya existencia, además, tiende a negarse –y si no se reconoce la existencia de un asunto ¿cómo podría entenderse, y resolverse?- es el choque, o la difícil armonización, de valores y formas de vida entre las comunidades autóctonas y las colonias de inmigrantes.

Tercer problema es la pérdida –por causas que sería largo exponer- de temor y respeto a la autoridad, y concretamente a las  fuerzas del orden, que no hace tantos años estaban envueltas en un aura de intangibilidad. 

El cuarto problema es el malestar difuso, el descontento ante la falta de expectativas de progreso que resulta exasperante para colectivos, familias y particulares. 

Estos cuatro vectores de descontento han convergido en Salt, y es de temer que los disturbios de este mes sean sólo la punta del iceberg de lo que puede pasar pronto en otros sitios, porque son vectores extendidos por todo el territorio. Lamento señalar una situación objetivamente mala y no aportar soluciones para mejorarla, pero la cosa no pinta bien.