El martes por la mañana un amigo extranjero me envió, muy indignado, la foto de un anuncio publicitario que estos días cuelga de numerosas marquesinas de autobús de Barcelona. En él, una empresa de asesoría legal anima a los barceloneses a “decir no” al hecho de que “tu vecino un día se llame Hans, otro día se llame Emily, y otro Giuseppe”.
Al principio pensé que se trataba de una campaña en contra de los derechos transgénero patrocinada por algún colectivo de la ultraderecha, pero luego me tranquilicé al leer, más abajo, en letra más pequeña: “Defiéndete de los pisos turísticos ilegales”. Respiré aliviada.
A mi amigo expat, no obstante, el anuncio le pareció igual de insultante. “Ejemplo paradigmático de una campaña discriminatoria. Como si ese fuera el problema. Y el propietario del piso, ¿cómo se llama? ¿Jaume, Borja o Neus? La realidad es más compleja”, se quejó, en un catalán excelente (hace poco aprobó el nivel C-1).
Le di toda la razón. La campaña es de mal gusto, ya que parece que señale con el dedo a los turistas extranjeros occidentales como los culpables de una situación que ha venido fomentada desde arriba, y de la que se han aprovechado muchos locales.
Parece olvidar que muchos de nosotros —¿quién no ha viajado alguna vez a una ciudad europea y ha alquilado un apartamento turístico cerca del centro?— somos los primeros en fomentar un sistema que se ha cargado la oferta de vivienda a precio asequible y la autenticidad de los lugares en que vivimos.
Otra campaña publicitaria que circula estos días por las redes sociales en relación al tema es la que acaba de lanzar la facción de ERC en Barcelona. Titulada “POV: Ets a Barcelona però no sembla Barcelona” (tuve que googlear “POV”= point of view), se trata de un vídeo en el que la regidora y secretaria general del partido Elisenda Alamany alerta de que “cada vez hay más comercios que viven de espaldas a nuestra identidad y a nuestra lengua, que viven orientados exclusivamente a los turistas y de espaldas a los vecinos y vecinas de Barcelona” mientras se proyectan imágenes de menús exóticos escritos en inglés, hamburgueserías, tazones de chai latte, croissants rellenos de huevo poché para el brunch y otras gastronomías variopintas.
“Barcelona no puede desdibujarse, no puede ser como cualquier otra ciudad del mundo. No podemos perder lo que nos hace únicos, nuestra personalidad, nuestro carácter. Hoy hay que proteger lo que está en riesgo. Que Barcelona continúe siendo Barcelona”, insiste Alamany.
No sé muy bien qué pretenden con esta campaña: ¿Concienciar al ciudadano de un fenómeno global que está en sus manos frenar? La realidad es mucho más compleja, como dice mi amigo. Si Barcelona no quiere ser “una ciudad como cualquier otra”, tendrá que plantearse cómo quiere ser y dejar de lamentarse por un pasado que no volverá.