Sánchez se come a Junts por la cabeza y al PSC por los pies.
Y el cuadro sinóptico concluye así: Vox, a su vez, se come por los pies el PP, ante la incapacidad de Génova, 13, una gruta en manos de portavoces, desde el atorrante Miguel Tellado –germinado para la comunicación en aquel Ferrol, generalato de tintes magnánimos y mágicos– hasta Borja Sémper, un vector elegante, pero encogido por la angosta lívido política de su formación.
Sánchez le impide gobernar las fronteras a Puigdemont y a Salvador Illa le quita la maquila de Renfe (que, visto como está, parece un alivio).
Hace ya tempo que el clásico por antonomasia ha dejado de ser el Barça-Madrid de fútbol; ahora es un match entre los presuntos delincuentes sociatas y los ya delinquidos peperos.
Mientras el PP abunda en la carcunda, bajo el mensaje de que el PSOE gobierna con una autocracia, el partido de Abascal no para de apuntarse tantos sin abrir la boca.
Su líder celebra el happening-aquelarre de Patriots en Madrid, un buen surtido antieuropeo de camisas pardas.
Sánchez lleva una corona de laurel y uno se pregunta si es gracias a la Corte de los Milagros de la célebre Kate Crawford, autora del libro Atlas de IA y profesora del MIT de Massachusetts, cercana a la Moncloa.
El presidente se desliza, cuesta abajo, por la pendiente sociovergente de Salvador Illa, en Cataluña. ¿Es la vuelta al pallaquismo? Sí. Y lo glosa muy acertadamente Joan Safont en su libro Josep Pallach, política y pedagogía. L’esperança truncada del socialisme català (Pòrtic).
Por sus páginas circula lo más granado de cada casa: Serra i Moret, Tarradellas, Pujol, Raventós, Trias Fargas, Barrera y Miquel Roca.
La biografía de Pallach refuerza la tendencia a la unidad cultural entre el nacionalismo catalán y el socialismo.
Defiende la aportación lejana del socialista francés de Lassalle –el del “salario de bronce”– que fue combatido por la Crítica del programa de Gotha, entendible hoy solo en el marco de la síntesis marxista, y perdida en los anales.
En cualquier caso, sabemos a dónde conduce el embrujo de las naciones, una sombra que los soberanistas catalanes comparten con los líderes de Patriots, aunque sea con dolor de corazón, porque, en medio de ambos, se interpone la España metafísica de María Cristina, Fernando VII, el 18 de julio o el Teatro de la Comedia.
Sea como sea, para ellos, primero es la bandera y después la humanidad.
Un solo grito que no merece Pallach, aquel maestro nacido en Figueres, que fue militante antifascista en los años 30, colaboró con la resistencia en la Francia ocupada y falleció prematuramente, en plena Transición, en 1977.
El Programa de Gotha, que en 1875 quiso unir a los socialistas franceses y alemanes, se colocó bajo el principio de fraternidad de los pueblos, alejándose de la causa internacional.
Establecer lazos de hermandad entre los pueblos depende de cada pueblo y ya sabemos cuál es la ideología que quiere unir Hungría, Alemania o Italia bajo el estandarte de Patriots.
Los patriotas de nueva planta y paso de la oca quieren decidir nuevas fronteras hechas de prejuicios ontológicos –la raza sin la idea– y complotarnos en contra de la Unión Europea (UE), el mayor avance en derechos producido jamás.