Mientras Carles Puigdemont, Míriam Nogueras y Jordi Turull descorchan botellas de cava, felicitándose por haber puesto de rodillas, una vez más, a Pedro Sánchez, el alienígena de la Moncloa –reduciendo su decreto de leyes ómnibus a minibús social–, la batalla por hacerse con la presidencia del Consell de la República Catalana en el exilio, cargo al que Puigdemont renunció tras el congreso de Junts per Catalunya del pasado octubre, prosigue de forma más enconada si cabe. 

Si apenas quince días atrás eran solo dos los caballeros dispuestos a medirse lanza en ristre, encantados de romperse los piños a golpes de maza, ahora ya son seis los aspirantes que pretenden obtener el favor de los adscritos al Consell con derecho a voto electrónico, a depositar entre los días 8 y 12 de febrero. Así que habrá que hacer acopio de palomitas. Será mejor que la secuela de Gladiator, no lo duden.

Y es que Toni Comín se las prometía muy felices y ahora las cosas se le complican sobremanera y en todos los frentes, como enseguida veremos. No se puede negar que el otrora vicepresidente del Consell –y también eurodiputado despojado de escaño y sueldo por culpa de la presidenta Roberta Metsola, que le niega el pan, la sal y el acta mientras no juré su cargo y la Constitución española– fue muy rápido a la hora de postularse para ocupar tan alto puesto. Pero vayamos por partes…

El primer competidor entró en liza al poco de haber formalizado Comín su candidatura al cargo. Y no era un rival a denostar, sino Jordi Domingo, hombre de irreprochable trayectoria a los ojos de cualquier independentista de soca-rel; un abogado dedicado al derecho mercantil, civil y procesal; excónsul del Consulat del Mar y miembro activo de plataformas como Constituïm y la ANC.

Un duro de pelar que defiende que el Consell de la República es una institución fundamental a preservar en el camino a la independencia, ya que nació en los días posteriores a la frustrada proclamación de 2017.

Pero aquí el que no corre, vuela. Y a los pocos días otras cuatro candidaturas fueron formalizadas… La de Jordi Castellano, también abogado y concejal del Ayuntamiento de Canet de Mar, que ya se postuló al cargo hace un año, recolectando 493 votos. Propone centrar los esfuerzos del Consell en conseguir un amplio respaldo internacional a la independencia, involucrando incluso a la ONU, y trasladar la sede de la entidad a Suiza.

Los otros tres aspirantes a batirse el cobre por la presidencia del Consell son Montserrat Duran, a la cabeza de un colectivo de socios, REvolucionemNOS, que promete presentar en breve un presupuesto de las estructuras y costes de la futura República Catalana y auditar y limpiar a fondo la entidad; Antoni Walter Castelló, un mallorquín, militante de ERC y profesor de secundaria, que aspira a que el Consell lo sea de todos los Països Catalans; y Luis Felipe Lorenzo, que ya fue candidato de escaso éxito el pasado año, cuya apuesta –entre alguna que otra idea peregrina como la creación de un resort vacacional catalán en un barrio de la capital de Argelia– persigue reducir la fiscalidad de todos los territorios catalanes bajo administración española, francesa e italiana.

Así que la pugna entre candidatos por la presidencia de ese artefacto supranacional, ideado en su día por Puigdemont a fin de asegurar su propio bienestar, promete ser como el circo gore de Mad Max: más allá de la cúpula del trueno, tercera entrega de la saga protagonizada por Mel Gibson. Ya saben: “¡Seis entran, uno sale!”. Y también “Vae Victis!”, que gritaban los romanos antes de la batalla.

Lo cierto es que en esta tesitura, siendo como son algunos de sus rivales ciertamente endebles, Toni Comín tendría algunas posibilidades de victoria de no ser él su peor enemigo.

A su favor pesa el ser político que ha pasado por casi todo el arco parlamentario catalán –Ciutadans pel Canvi-PSC, en los días de Pasqual Maragall; Junts pel Sí, de la mano de ERC en 2015; Conseller de Salut del Govern de Carles Puigdemont en 2016–; el vivir en el exilio tras el referéndum de 2017 sin poder beneficiarse de la amnistía; y, sobre todo, ser protegido dilecto del líder supremo y Señor de Waterloo.

¿En su contra? Muchas cosas, no siendo la más importante la fama que acarrea de indolente cum laude y bon vivant profesional, sino su poco tiento en el día a día, que hace que allá donde pisa le crezcan los enanos.

Como bien saben, sobre Comín pesa la acusación de haber quemado la tarjeta de crédito en gastos particulares y de haber metido mano, sin justificación plausible, en la “caja de resistencia” –15.000 euros–, en un tiempo de vacas flacas en el que los ingresos, aportaciones e inscripciones del Consell de la República han caído en picado, dejando un reguero de impagos a proveedores, recortes en las nóminas del personal y un déficit sostenido preocupante.

En los últimos días, José Miguel ArenasValtònyc para los amigos–, el rapero que compartió exilio con él en Bélgica, y que se ganó los mejillones con patatas trabajando como informático con acceso a la contabilidad, ha vuelto a la carga, cuestionando su honestidad y asegurado tener pruebas de que malversó.

Por toda respuesta, Comín ha anunciado intención de interponer una querella en defensa de su honorabilidad y Puigdemont ha mantenido sepulcral silencio sobre el asunto.

Pero lo peor ha ocurrido en hora intempestiva, en estos días de campaña previos a las elecciones al Consell, cuando un exasesor de Junts en Bruselas, que trabajó codo con codo con Comín, le ha acusado en el Europarlamento de acoso sexual y psicológico, de tocamientos, propuestas indecentes y guarradillas varias.

Y en su denuncia, además de advertir de que tiene testigos que pueden probarlo, incluye a Carles Puigdemont, al que asegura haber alertado en su día de la situación sin que él moviera un dedo.

En su defensa, Comín le quita hierro al tema, alegando que todo eso no fueron, sino simples bromas de palestra griega entre sudorosos machirulos espartanos por un quítame allá esas pajas, o esas toallas.

Lo cierto es que muy mal pronóstico tiene esta grave acumulación de acusaciones. El 13 de febrero saldremos de dudas, pero juraría que asistiremos al fin de la carrera política de un Toni Comín que siempre encontrará refugio y consuelo en los libros de filosofía y en las Variaciones Goldberg de Bach.