Mi querido y vibrante pueblo cuenta desde el pasado viernes con un nuevo negocio: una mezcla de cafetería, bazar de segunda mano, tienda de moda infantil y chiquiparque, que a la salida del cole —hora punta en el downtown— se llena de mamás, papás, abuelas y niños con ganas de merendar y compartir la alegría de haber sido liberados del aula. 

“Cuando vi que ponían el local en alquiler, me dije, aquí hay que hacer algo”, me explicó la valiente emprendedora que se ha atrevido a perturbar la soporífera monotonía local.

Se trata de una mujer mexicana, madre de cuatro hijos, que antes de aterrizar en el Maresme vivió en Hamburgo y en Taiwán

“El día que mi marido me propuso ir a vivir a Taiwán me imaginé viviendo en una cabaña y comiendo plátanos, no sabía nada de ese país, más allá de que estaba en Asia”, me reconoció, medio en broma, mientras limpiaba los restos de un zumo de naranja recién estrellado en el suelo y los niños alborotaban a su alrededor. 

Que hubiera vivido en Taiwán logró que me encariñase con ella y con su cafetería de estar por casa, aunque lo mío no sean ni los zumos naturales ni la ropa de segunda mano.

En Taiwán celebré mi 30 cumpleaños y recuerdo haber sido muy feliz paseando por sus calles atestadas de gente, degustando deliciosos dim sum (la cocina taiwanesa es la mejor de Asia, para mi gusto) y dejándome mimar por mi pareja de entonces, que me sorprendió con uno de los mejores regalos que me han hecho hasta hoy: un vídeo en el que no solo aparecían todos mis amigos y seres queridos felicitándome por mi cumpleaños y dedicándome palabras bonitas, sino también Peter Hessler, un periodista americano que vivió mucho tiempo en China, como nosotros, y del que mi novio sabía que yo estaba platónicamente enamorada.

“Happy Birthday from Colorado, Andrea”, me dijo con su marcado acento del Midwest (Hessler se crio en San Luis, Misuri). Sobra decir que lloré como una magdalena mientras veía el vídeo en mi portátil desde nuestra fantástica habitación en el hotel Shangri La, que también formaba parte de mi regalo. 

Taiwán me recuerda además a un ligue posterior que, cuando me mandó su dirección para que fuera a cenar a su casa, escribió algo así: "Pepito Flores, calle Llimoners 9, 08340 Vilassar de Mar, Taiwán".

Según él, Cataluña era como Taiwán, un país que existía en la práctica, pero a nivel oficial no. Me pareció una comparación muy graciosa, teniendo en cuenta que poca gente se acuerda de que Taiwán no es un estado reconocido oficialmente por la ONU pero, goza de un statu quo que le permite tener democracia e independencia de China, y que, a pesar del alarmismo de la prensa, sus habitantes no están todo el día pensando que Pekín les lanzará una lluvia de misiles. 

Precisamente, mi 30 cumpleaños coincidió con la reciente apertura del turismo chino a la isla, y el Museo Nacional del Palacio, en Taipéi, estaba inundado de turistas del continente deseosos de ver por primera vez la colección de obras de arte que el general Chiang Kai-shek se llevó consigo al exiliarse en Taiwán, en 1949, tras perder la guerra contra Mao.

La pieza más famosa de las casi 700.000 obras de arte “evacuadas” de la Ciudad Prohibida de Pekín y otras instituciones chinas por los nacionalistas del Kuomintang es, sin duda, la llamada Col de jadeíta, un “repollo” tallado en una piedra de jade natural, mitad verde y mitad blanca, que no mide más de diez centímetros.

“Todo esto por ver una lechuga”, se rio mi amigo Miguel, a quien encontramos por casualidad entre la marabunta de turistas chinos que se aglomeraban en la escalinata del museo. Todavía hoy me asombra ese encuentro.

Miguel por aquel entonces vivía en Shanghái y nosotros en Pekín. “Sólo la casualidad puede aparecer entre nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo”, escribió Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Le doy la razón a Kundera: la vida es mucho más aburrida sin esas casualidades inesperadas, aunque sigo sin entender muy bien qué mensaje me traía Miguel.