Junqueras y Puigdemont son como esos dúos de cómicos que se resisten a reconocer que su tiempo ya ha pasado, y que insisten en continuar representando sus viejos chistes, cada vez en teatros de menor categoría, hasta terminar provocando bostezos en algún entoldado de fiesta mayor, mientras alguien del pueblo anda ya recogiendo las sillas. Imagino que, como sucede a la mayoría de esos dúos, lo que empuja a los caducos líderes del independentismo catalán a recordar patéticamente tiempos pasados, es el dinero. O tal vez la fama que tuvieron en un día muy lejano y que ahora echan en falta, ya se sabe que la notoriedad es una droga y cuesta desengancharse de ella. No se trata del primer caso de dueto cómico que un buen día se enfada -la convivencia es muy dura, aunque no hay sexo de por medio, como quiero suponer es el caso-, se separan y, tiempo después, impelidos por el hambre o por la nostalgia, a menudo por ambas cosas, se reencuentran para intentar retomar viejos éxitos. Casi siempre sale mal. Alguien que los quiera -suponiendo que ese alguien exista- debería aconsejar a esos dos decadentes políticos que lo dejen correr, que la línea que separa la comedia del ridículo es muy fina y ellos la cruzaron hace años, cogidos de la manita.

No ha de ser sencillo reconocer que ya no eres nadie, que solo recuerdan tu nombre unos pocos viejos que en su día rieron con tus gracias, con aquellos chistes de que el mundo nos mira, de que las calles son nuestras, de que Europa nos espera con los brazos abiertos, de que comeríamos cada día helado de postre… Aquellas ocurrencias, que no negaré que fueron originales y disparatadas, tuvieron su público y su momento, pero éste ya ha muerto y aquél va muriendo poco a poco, las nuevas generaciones ignoran por completo quienes fueron Puigdemont y Junqueras, y la verdad es que no se pierden nada.

El patético intento de reverdecer laureles se fraguó hace unos días en la mansión que la mitad prófuga del dúo tiene en Waterloo, y tras reconocer sus diferencias -ideológicas, puesto que de aspecto ya apenas existen, gracias a la dieta rica en calorías que parece seguir Puigdemont en Bélgica- acordaron unir fuerzas para "reactivar el movimiento independentista". Hay que reconocer que este primer gag les salió redondo, las carcajadas se escucharon hasta mucho más allá de la frontera belga, será que quien tuvo, retuvo.

Como en la mayoría de parejas cómicas, la razón de la ruptura de "Puigdemont y Junqueras, risas cuando menos te lo esperas" fueron los celos. Nunca estuvo muy claro cuál de los dos provocaba más hilaridad, cosa que durante mucho tiempo fue positiva para su éxito internacional, ya que cada uno intentaba superar al otro a la hora de decir majaderías. ¡Qué buenos momentos nos regalaron gracias a esa furiosa competencia! Sin embargo, a la larga, eso provocó envidias y tirantez, ya que los dos pretendían ser el protagonista, nunca entendieron que el secreto de su comicidad estaba en la pareja (no negaré que por separado también dan risa, pero no puede compararse a sus años de esplendor, cuando actuaban juntos). Sus seguidores empezaron a abandonarles por otros cómicos más actuales, y los más jóvenes no saben ni siquiera quiénes fueron esos grandes del humor catalán, que estuvieron durante unos años a la altura de Capri, Cassen, Eugenio o Jordi Pujol.

Uno tiene su corazoncito, y me gustaría que volvieran a ser grandes, que volvieran a prometer burradas, a salir en la tele, a llenarse la boca de frases épicas pero vacías (una de sus especialidades), en fin, a hacernos caer del sofá al suelo a fuerza de carcajadas. Me puede la nostalgia. Mucho me temo que no sean ya más que dos personajes patéticos que se arrastrarán por escenarios de tercera.