En 2008, Nassim Nicholas Taleb nos familiarizó con los cisnes negros, entendidos como sucesos improbables de consecuencias importantes.

Así entendimos que la crisis financiera que comenzó en 2007 y tuvo varias réplicas en países y años diferentes, era eso, un cisne negro, porque los modelos matemáticos que sirvieron para diseñar activos financieros complejos no preveían que todo fuese mal al mismo tiempo.

Como cisne negro puede catalogarse la crisis derivada de la pandemia, la invasión de Ucrania, el ataque de Hamas y tantos otros eventos que alteran la evolución normal de la economía y de la sociedad en general. 

Trump no creo que pueda catalogarse de cisne negro, entre otras cosas porque estamos frente a su segundo mandato, pero sí que parece tener la llave de una auténtica granja de cisnes negros que pueden alterar nuestra vida.

Alteraciones del comercio mundial mediante la aplicación de aranceles para reforzar su política exterior, simplificación de las relaciones internacionales, basando su diplomacia en la amenaza y la coacción, y desregulación parecen los pilares de un firme creyente tanto de la reducción del estado a su mínima expresión como del enriquecimiento de quienes le rodean. 

Pero más allá de las sorpresas que nos depare con Ucrania, Israel, Groenlandia, México o Irán, merece la pena analizar cómo se está rodeando de tecnobillonarios que ven en Trump un salto cualitativo para facilitar el logro de sus intereses.

Elon Musk fue el primero en ver la jugada, arriesgándose a perder mucho dinero en caso de victoria demócrata, pero llevaríamos camino de verle como posible sucesor de Donald Trump si hubiese nacido en los Estados Unidos en lugar de en Sudáfrica, aunque con Trump es posible hasta que haya una reforma de la Constitución para hacerlo posible.

Musk, Zuckerberg, Bezos o Gates no son muy diferentes de Rockefeller, Carnegie o Vanderbilt. Dominan casi en monopolio áreas muy relevantes de la economía.

Si antes los reyes del petróleo, el acero o el ferrocarril eran quienes mandaban, hoy lo son los emperadores de la tecnología y los datos porque los tecnobillonarios, a diferencia de sus predecesores, tienen bastante negocio fuera de Estados Unidos.

Pero estamos hablando de fortunas, inflación mediante, bastante similares, pues los 340 millardos de dólares con los que murió Rockefeller a sus 98 años todavía superan a la fortuna de los actuales emperadores tecnológicos, aunque poco a poco se le están acercando y es muy probable que alguno lo supere, entre otras cosas porque aún les quedan muchos años hasta los 100. 

En Estados Unidos no se cortan a la hora de evidenciar que los ricos mueven los resortes del poder. Las elecciones son financiadas por empresas y particulares, así como muchos actos, entre ellos la toma de posesión del nuevo presidente.

Trump ha recaudado para estos actos más que ningún presidente, unos 200 millones de dólares frente a los 67 de Joe Biden.

Los donantes tienen acceso VIP a todos los actos de la toma de posesión, incluida la cena y el baile de gala, pudiendo interactuar con quienes van a mover los resortes del poder.

Es obsceno, sin duda, pero tal vez sea más limpio, al menos es más transparente, que hacerlo a escondidas y mediante corruptelas.

Entre lo que intuimos y lo que se evidencia, Trump va a dar alas a las criptomonedas, a la inteligencia artificial y a la realidad aumentada.

La privacidad de los datos, algo nunca realmente valorado en Estados Unidos, va a ser una reliquia del pasado.

La NASA va a quedar reducida a la mínima expresión, subcontratando casi todo a empresas privadas como, oh sorpresa, SpaceX de Musk quien probablemente liderará el programa a Marte. El ejército norteamericano lanzará ambiciosos programas de inteligencia artificial y realidad aumentada.

Muy probablemente veremos cómo Tesla “rescate” algún dinosaurio de Detroit, y así siguiendo. Pensemos lo que puede hacer subir el valor en bolsa de Tesla, Amazon, Alphabet (Google), Amazon, Meta (Facebook), OpenAI, Nvidia… porque eso será lo que suceda.

Es fascinante como Disney, hasta ayer paradigma de la religión woke, está plegando velas y volviendo a sus orígenes.

De entrada, ya ha pedido perdón por carta a Johnny Depp por dudar de él por el juicio con su mujer y le ha ofrecido 300 millones por una nueva entrega de Piratas del Caribe, además de protagonizar una serie.

Parece que los tiempos de la Sirenita (danesa) negra o de personajes como Lake en Elements van a quedar atrás. No es nada personal, solo negocio.

Si los cambios de orientación los estamos viendo en Estados Unidos incluso antes del inicio del mandato de Trump, en Europa iremos muy lentos, quedando cada vez más rezagados, aunque los amos de las bolsas, los fondos, van a recortar inversiones buenistas.

La tecnología ya es cosa de norteamericanos y chinos. En Europa nos enredamos con la protección de datos, la intimidad, las minorías y las fronteras abiertas. Seguiremos adictos a la religión woke hasta que despertemos a bofetadas.

La elección de Trump no es una casualidad, es la consecuencia del hartazgo del buenismo de una élite política alejada de la realidad

En Europa pasará lo mismo. La política de fronteras abiertas y el exceso de medioambientalismo acabarán hartando a la ciudadanía y vamos a ver líderes cada vez más radicales que terminarán tanto con esta blandenguez como con el sueño de Europa.

Lo primero será bueno, aunque probablemente llegue tarde para reaccionar, lo segundo será muy malo.

La Unión Europea caerá no por culpa de Orbán, Le Pen, Salvini o la AfD, sino por la indolencia y la falta de liderazgo de Von der Leyen, Macron y Scholz, por no decir de nuestros insufribles PP y PSOE que ven impertérritos como nuestro estado del bienestar se derrumba, como demuestra que nuestro PIB per cápita es 4 veces menos que el de hace 50 años, si aplicamos la inflación, claro. Antes éramos la décima economía mundial, ahora la 15, y bajando.