La tremenda paliza que le dio el Barça al Real Madrid en Arabia Saudí el otro día, una más, me hizo recordar una taberna antigua, con barricas, y figuras recortadas de cartón de Chaplin y de Marilyn Monroe, un poco polvorientas, que yo frecuentaba en la calle Valencia, en tardes inolvidables, a menudo con el amigo Facerías.

El dueño era un hombre civilizado, con una retranca un poco rural, catalán hasta las cachas, nacionalista perdido. Muy simpático. Siempre digo que todos deberíamos tener por lo menos un amigo nacionalista, yo tengo dos, es muy divertida la exaltación locuela de uno que es un poco energúmeno y la discreción del discreto. Cómo sufren y cómo disfrutan, qué envidia.

Como el lector sabe, que el Barça le dé una paliza al Madrid no es raro. Sucede a menudo. En ocasiones así, el tabernero solía exclamar: 


-A veure què diran a Madrid!


Cuando el Govern de la Generalitat hacía alguna barrabasada, o cuando se reunían cientos de miles de ciudadanos en camiseta en la Diagonal para reclamar la independencia de la región, el tabernero decía:

-A veure què diran ara a Madrid!


Esto, el qué dirán, y qué dirán, concretamente los madrileños, gente tosca y a la que desdeñan, curiosamente es algo que le importa mucho a las personas en ese diapasón. Si en Madrid están rabiosos, ellos se regocijan. Si se enteran que los madrileños se encogen de hombros, pues es una gran decepción.

El otro día, como decía, el Barça le asestó otra gran paliza al Madrid. No pude ver el partido, aunque me hubiera gustado ver a Bellingham, pero por lo que vi y oí al día siguiente, mucho no se dijo. Aunque “los madrileños”, si les comentabas el partido, torcían quizá el gesto, hacían un breve comentario sobre Mendy o Lucas, y cambiaban de tema, nadie quería hablar del partido.

En los periódicos, los columnistas forofos que suelen hablar del equipo de sus amores como de una entidad mitológica, destinada por un hado inefable a vencer siempre y hasta contra todo pronóstico, mantuvieron un perfil bajo.

Al siguiente día, el asunto estaba perfectamente olvidado. Tiene algo de admirable esa capacidad de dar lo que duele por no sucedido y por remediable en la primera ocasión que se presente. Sin pararse a pensar demasiado en que la próxima vez será otra paliza.

Pues bien, lo mismo pasa con la vida política catalana. Lo que pasa en Barcelona, no cala. Quizá es que no pasa nada. Aunque no se cancelen las multas lingüísticas, aunque el presidente de la Generalitat se ha comprometido a conseguir el cupo, aunque los líderes golpistas, indultados o amnistiados, plantean chantajes y amenazan con “volverlo a hacer”, da la impresión de que se han desmochado, de que el aura amenazante se apagó.

Ignoro si esto responde al cansancio o a que en estos pocos años las cosas de aquí han perdido fuerza e interés. El caso es que en Madrid “no diuen res”.

He ido a la taberna de la calle Mallorca a comentárselo al dueño, pero la taberna ya no existe. Ahora es un local de restauración moderniqui para turistas que se llama “Aguacate’s”. Sic transit. Sic transit todo.