Seguimos, en las cenas con amigos catalanes, escuchando críticas a Madrid y a su presidenta. Como ambas se defienden solas, dejé hace tiempo de intervenir en esas conversaciones. Durante mis recientes navidades en Pamplona, he entendido el motivo de que inversores extranjeros escojan Aragón para sus proyectos, eludiendo a Navarra -pese a su ventajosa fiscalidad- y Cataluña.

Los columnistas, los camareros y mis familiares navarros comentan, asiduamente, el sorpasso de Aragón, una región a sólo 180 kilómetros de Pamplona y a 150 de Lérida. Hay razones: en Zaragoza no manda Bildu ni necesitan, como en Barcelona, el voto independentista

Es cierto que Madrid lleva años ofreciendo ventajas fiscales; no existe, entre otras tasas, el impuesto de patrimonio. Sin embargo, el crecimiento de un país o región no se explica sólo por la menor presión fiscal (que, desde luego, ayuda). Ni siquiera los famosos conciertos tipo el vasco, que ahora reclama Cataluña, son fundamentales para atraer proyectos empresariales. Aragón está demostrando que no se necesitan conciertos, sólo un Gobierno estable y business-friendly.

Amazon invertirá 15.000 millones de euros en tierras mañas, que supondrán la creación de más de 7.000 empleos. La política aragonesa funciona, atrae talento y aprueba presupuestos al margen de amenazas nacionalistas en Madrid o conversaciones de última hora en Suiza.

“Si se deseara compendiar en una palabra la quintaesencia de Navarra o, la ‘navarridad’, difícilmente se hallaría otra más cargada de sugerencias y mensajes históricos que la voz fuero o su plural fueros”. Eso explicaba el historiador Ángel Martín Duque en su libro Signos de identidad histórica para Navarra. Tenía razón el gran medievalista. Navarra fue envidiada durante siglos por unos fueros que incluso se respetaron durante la conquista musulmana y la de Franco.

Ese territorio ibérico, reino antes que muchos otros, cuenta ahora con 700.000 habitantes. En el Reino de Navarra, el de los Sanchos y las Berenguelas, los fueros aseguraban unos derechos que otras regiones europeas nunca tuvieron. Fue en mi juventud, con el dictador aún vivo, cuando escuché que unos amigos de mis padres, muy catalanes ellos, habían domiciliado su empresa en Navarra y abierto casa en Pamplona. Nos invitaron a los Sanfermines, pero no fuimos. Años después, ya veinteañera, conocí a un verdadero navarro, mi marido Javier. Lo primero que dijo mi padre, al saber nuestra intención de casarnos, fue: “iros a vivir a Pamplona, que tienen fueros”. No fuimos. 

Estas fiestas han sido las primeras que mi nieto Pol ha vivido en la tierra de su abuelo y de sus tías; le llevamos a ver al Olentzero, el carbonero que baja de las montañas para entregar los regalos. Le gustaron mucho las ocas y las ovejas que llenaban las calles. Fue una celebración alegre y pacífica, distinta a las que vivimos  con nuestros hijos cuando los grupos abertzales solían intervenir con sus gritos de “Presoak, Kalera” (presos, fuera).

Los tiempos han cambiado. Son mejores, sin duda. ETA entregó las armas tras cientos de asesinatos acaecidos, la gran mayoría, en democracia. Ahora, las  calles del viejo centro pamplonica están más limpias, renovadas y tranquilas. La economía, sin embargo, sufre un cierto retroceso.

La conocida empresa de electrodomésticos BSH estudia el cierre de su planta de Esquíroz; otras, entre ellas Acciona Energía, han trasladado su sede. Madrid y Aragón están entre las escogidas para instalarse, pese a que su régimen fiscal es peor que el navarro o el vasco. La renuncia de Flamagás -fabricante de los mecheros Clipper- a seguir con su proyecto en la localidad de Aoiz (iba a generar unos 300 empleos) ha sido uno de los últimos reveses. 

Lo que está viviendo Navarra recuerda el traslado de sedes que se produjo en Cataluña tras la no declaración de independencia. Creí entonces y creo ahora que los industriales y banqueros se fueron por miedo al desgobierno y la inseguridad, no para pagar menos impuestos. 

Aragón atrae al empresariado debido al impulso y la estabilidad que sus gobiernos consecutivos (sean del PP o del PSOE) han ofrecido a la industria, especialmente al sector logístico y también a las energías renovables. En la comunidad aragonesa, el empresario es respetado y bien recibido. Por ello, y como señalaba, en el Diario de Navarra, Álvaro Miranda (ingeniero, expolítico de UPN, miembro de Institución Futuro):  “Aragón está despegando y nos dejará atrás”.

Los aragoneses y los madrileños han incrementado su PIB per cápita en los últimos años. Aragón es una de las pocas comunidades españolas donde el índice de producción industrial crece año tras año. Cataluña y Navarra deberían preocuparse por atraer inversiones y talento. Madrid no es el problema.