“Usted no plantea nada sobre vivienda, sanidad, educación…”, le ha espetado con descaro Sánchez a un atónito Feijóo en la última sesión de control, después de recordarle por enésima vez que se hizo una foto con un narco, y bla, bla, bla.

Los argumentos de Sánchez tienen tanta profundidad ideológica como los ridículos eslóganes de la oposición. ¿Quién está al frente del laboratorio de consignas del PP? “Semana fantástica”, “Ocho días de oro”. Con expresiones tan vulgares y escasa enjundia ha engalanado Feijóo su pregunta de turno sobre el paseíllo judicial de destacados miembros de la familia socialista. Es notoria la incapacidad de la derecha por articular un discurso alternativo y digno de una oposición que se precie de serla.

El método Ollendorf es el eufemismo con el que ahora se califica a nuestro viejo diálogo de besugos. Los ministros emplean una y otra vez dicho método para llenar con respuestas sin sentido a preguntas esqueléticas de la oposición. En esta legislatura el parlamentarismo huero y ñoño se ha instalado cómodamente en un escenario tragicómico, donde sólo resiste la entrañable tramoya decimonónica del Congreso con sus estrados y grandes lienzos.

Y ese mismo día en el que sus señorías alardean, sin complejo alguno, de sus ridículas maneras de parlotear, se publica la lista de indicadores críticos en los que España sigue por debajo de la media europea en pobreza (no solo infantil), desempleo, ninis... Si algo caracteriza la anterior y actual legislatura es el exceso de palabras fementidas.

Estas falsedades ni siquiera son comparables a las inolvidables afirmaciones simplonas de Zapatero cuando negaba, una y otra vez, la crisis de 2008. El problema es, por mucho que nos frotemos los ojos, que el camelo persiste.

Las visitas a Puigdemont son, por ejemplo, tan reales como increíbles. Se ha normalizado el absurdo de la foto mendicante. ¿Nadie en la UGT se ha estremecido con el enfulardado Pep(e) Álvarez en Waterloo? Este verticalismo supera con creces al de los sindicatos franquistas, bigotillo aparte.

“Usted no plantea nada sobre vivienda, sanidad, educación…”, repite Sánchez mientras pestañea, después de siete años al frente del Gobierno y con un gravísimo problema habitacional, sanitario y educativo, mucho peor que cuando llegó a la presidencia. Para algunos, sus intervenciones pueden parecer o son creíbles no por el fondo, sino por la convicción gestual con la que las acompaña. Para otros, son filfas que insisten en evocar aquellos objetivos (algunos cumplidos y, en parte, en proceso de deconstrucción) de la ochentera socialdemocracia felipista y pilarista.

La mentira, como forma de ficción, nunca supera a la verdad porque es parte indisoluble de la realidad. Con sus alforjas repletas de cuentos y trolas es comprensible que Sánchez, pese al otrora pasado académico de su actual jefe de gabinete, no tenga atisbo alguno de ética ni de estética del engaño. No las necesita porque el líder socialista es en sí mismo un bulo, no por líder, sino por socialista.