Los catalanes somos los más antipáticos de España; eso decían los estudios que realizó, durante el procés, el Centro de Estudios de la Generalitat. ¿Qué pretendían al encargar esas encuestas? Supongo que señalar que no nos quieren y recoger votos independentistas. “No ens estimen”, pues nos vamos. Por estos lares, gusta pensar que caemos mal como consecuencia de tener otra lengua, ser más trabajadores que el resto de españoles, sonreír poco y sólo invitar a casa a los amigos de siempre… o a los que traen negocios bajo el brazo. Pero, tras las intervenciones de Míriam Nogueras, la portavoz de los siete magníficos de Junts, hemos subido un escalón. Ahora, somos antipáticos y además chabacanos.

Estaba la política española acostumbrada a la seriedad irónica de Miquel Roca, a oradores  instruidos como el catedrático Jordi Soler Tura, a presidentes de la Generalitat omnipresentes tipo Jordi Pujol o a alcaldes ilustrados estilo Pasqual Maragall. No había en el Congreso un Cánovas o un Sagasta a la catalana, pero los diputados de la autonomía respetaban las reglas de la educación. El primero que llegó a Madrid utilizando el lenguaje de la calle, sin hacer ascos a la grosería, fue Gabriel Rufián

Escogido por Oriol Junqueras para representar al charnego independentista y ampliar su granero de votos, Rufián entró en las Cortes con verbo peleón. En su perfecto español, el de catalán nouvingut,  llamó “cacique” a Susana Díaz e Iscariote al PSOE en su totalidad. Los catalanes convergentes arrugaban la nariz ante el estilo chulesco del portavoz republicano. No era de los suyos. Sin embargo, en las redes y por las calles de Madrid todos conocen a Rufián. Viendo la división de su partido y lo bien que se vive en la capital, no quiere volver a casa. “No parece catalán, es simpático”, me comentó la camarera de una cafetería junto al Congreso.

La península ibérica siempre ha sido un país con gran talento para la ofensa. Las riñas de escribanos e intelectuales tuvieron sus momentos álgidos en el Siglo de Oro. Las batallas poéticas del hidalgo madrileño Francisco de Quevedo con Luis de Góngora, cordobés de una familia de judíos conversos, fueron épicas. Quevedo le dedicó, entre otros, aquellos famosos versos: “Yo te untaré mis obras con tocino, porque no me las muerdas, Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla”. El dramaturgo cordobés le respondía llamándole Quebebo por las constantes borracheras del madrileño.  

Pocos lances de interés se disputan hoy entre intelectuales o poetas. Eso sí, en los canales públicos catalanes -los que pagamos todos- siguen empeñados en fomentar la chanza contra lo español. El procés ha fomentado el crecimiento de la parodia escatológica o las gracietas antiandaluzas de lo más cutre. Añoro el “saben aquell que diu” de Eugenio, los viejos programas de Buenafuente. Hace unos días, puse un viejo single de monólogos de Joan Capri, de los que coleccionaba mi abuelo en los 60. Aquel humor triste, sarcástico e inteligente sí era muy nuestro. 

La política de los catalanes en Madrid no pasa por su mejor período. La nueva portavoz de Junts, Míriam Nogueras, así como el resto de los siete magníficos de Carles Puigdemont, suelen llegar a la capital en grupo. Visten parecido, hablan entre ellos y no sonríen a la cámara. En el Congreso, utilizan el catalán, su única, única lengua.

La falta de contacto ha endurecido a los chicos/chicas de Junts. Suben al estrado dispuestos a caer mal e insultar a todo quisqui. “Muevan el culo”, exigió hace unos días Míriam al Gobierno español. Y sus ataques al Poder Judicial han sobrepasado los límites del respeto democrático: “Los jueces se pasan por el forro las leyes que se aprueban en el Congreso”. La amenaza se ha convertido en el pan nuestro exconvergente de cada día.

¿Qué ha estudiado esta joven?, se pregunta el ciudadano. Poco. Ni siquiera tiene una diplomatura, como Rufián (diplomado en Relaciones Laborales). Es, no obstante, una oradora fuerte y sorprendente que convence a buena parte de los seguidores del partido. Juega al fútbol y, antes de ser la más fiel colaboradora de Puigdemont, probó diversos oficios: guardarropa, administrativa, carnicera, camarera… En sus primeros currículums constaba que la señora Nogueras era empresaria textil, pero han borrado esa entrada y el nombre de la empresa. Conducía a una sociedad sin actividad. 

Con ese lenguaje amenazador contra el Estado y su desprecio por la separación de poderes, Míriam y su grupo siguen siendo imprescindibles para el Gobierno de Pedro Sánchez. ¡Manda huevos!, dijo Federico Trillo (PP) en sesión parlamentaria creyendo que su micrófono estaba cerrado. Ahora, ya podría decirlo con el micro abierto. Nadie iba a asombrarse.