Hace años, en un entorno de movilizaciones agrarias, recuerdo a un representante de la administración pública que, en una reunión para dilucidar un conflicto en el sector del aceite, dirigiéndose al conjunto de miembros de la reunión, expresó que debíamos pasar entre todos de la cultura de la protesta a la cultura de la propuesta. ¡Costó bastante, pero se logró!

Sirva esta breve nota de carácter histórico retrospectivo para vincularlo a dos actos a los que recientemente que he podido asistir, y que se han celebrado en la capital de Cataluña. Una organizada por la asociación Barcelona Oberta, formada por diferentes entidades vinculadas al sector del comercio; y la otra, por el Gremio de Restauración de la ciudad. Permítanme señalar coincidencias, retos, oportunidades y riesgos que me han surgido al escuchar los debates.

Como es normal en este tipo de encuentros, siempre hay un capítulo de reivindicaciones. Principalmente, dirigidos a las diferentes administraciones implicadas, la local y la autonómica, que son las más cercanas. La estatal, a pesar de todo su impacto fiscal, queda lejos.

Escuchando los argumentos de sus portavoces, y los comentarios que en privado manifiestan los representantes públicos, se constata una contradicción interesante. El sentido común de lo que podría hacerse y la obviedad de lo que sucede no siempre van parejos.

Las ciudades están cambiando más deprisa de lo que los organismos legisladores y gestores piensan.

No olvidemos que estamos en el Mediterráneo, con una meteorología, un clima y horarios solares diferentes a otras latitudes, y una economía de servicios primordial para el funcionamiento social y económico de nuestro territorio. Este es nuestro modelo, incluso ante aquellas opiniones más renuentes ante esta realidad económica.

El siglo XXI tiene un ritmo en el cual muchas aproximaciones sociales y culturales vigentes hasta ayer, hoy en día están en entredicho.

Hemos vivido en los últimos años, especialmente en Cataluña, un doble proceso: uno de carácter identitario y otro de carácter socioeconómico. La confluencia de los dos ha generado una dinámica que ha subordinado la agenda económica a la identitaria.

En determinados sectores, en relación con la visión económica, el relato del decrecimiento ha tenido una fuerte acogida ideológica. El foco identitario siempre ha existido y existirá en Cataluña, un alma de reafirmación, donde los elementos de identidad y autoafirmación en todas sus manifestaciones siempre perduran. Una mejor y necesaria conllevancia es la mayor respuesta y propuesta.

La agenda económica es, tal vez, donde se ha producido una mutación del relato social más interesante en los últimos tiempos. Actores sociales y políticos hicieron en su momento un mutis por el foro en la defensa de la importancia de la actividad económica, de la creación de riqueza. El Covid significó un punto y aparte en relación con la importancia de la actividad económica en la vida de la ciudadanía. El miedo y el temor frenaron en seco ciertos planteamientos contrarios de generación de empleo.

Hablar de empresa, dinero, tal vez por nuestra tradición judeocristiana, siempre ha estado mal visto. El Hidalgo de Cervantes es un buen ejemplo del aparentar pasando hambre. La empresa y sus gestores siempre han sido considerados como sospechosos habituales de todos los males. Hemos hecho mutaciones lingüísticas curiosas, pasando el empresario a ser llamado emprendedor, para disimular su función y rol. Diferentes colectivos se olvidaron de reivindicar su función social. De hacer pedagogía. Alguien se olvidó de explicar el porqué de las cosas. Lo obvio se perdió, en la construcción de relatos, los terrenos de juego o se ocupan o son ocupados.

En las citadas reuniones, detecté un deseo de reconstruir un relato de la importancia de la creación de riqueza para el conjunto de la ciudadanía, de la importancia de los agentes sociales, también los económicos. Tal vez, la aparición de los informes Letta y Draghi sobre la necesaria reindustrialización de Europa estén ayudando a entender que hay que priorizar una Europa con autonomía de producción autosuficiente.

Añadiría un par de comentarios en este proceso. La primera es que la actividad económica y su vinculación social ya no son sólo sus consecuencias laborales, fiscales y de creación de riqueza. El relato hoy es más amplio, más poliédrico. Guste o no, todo está conectado: convivencia, respeto a los demás y creación de riqueza. El segundo aspecto es más de carácter operativo, respecto a la recuperación del diálogo social, practico y real.

Los peligros vienen de los calendarios, los tiempos y las priorizaciones. Todo es posible, pero en un orden factible. Hablar de horarios, de ocupación del espacio público, de tiendas en los nuevos barrios que vamos construyendo... Llevemos los consensos más allá de las instituciones. Las leyes y las ordenanzas están bloqueadas, a menudo, por la dificultad de introducir mejoras por las mayorías exiguas.

Los agentes sociales también deben aprender a generar consensos más allá de sus ámbitos tradicionales y demostrar sus fortalezas. Hoy en día, las siglas deben ser validadas permanentemente. Los bloques ideológicos de antaño, hoy son muy permeables. La gente se agrupa por intereses y valores muy concretos y perceptibles. Como he dicho anteriormente, toda actividad humana es económica e interconectada.

Estamos ante un tiempo de propuestas, aprovechemos la ventana de oportunidad de gobiernos propositivos. Analicemos las dificultades de forma concreta y demos respuestas positivas. El no como respuesta sistemática puede conllevar la pérdida de oportunidades, que pueden rentabilizar otros territorios.