El pasado 15 de noviembre leí la noticia de que la red X se reservaba el derecho de vender datos personales de sus usuarios a terceros, con la finalidad de que éstos entrenaran sus modelos de inteligencia artificial (IA).
Un aspecto no menor, atendiendo que no sólo representa obtener ingresos con la privacidad de los usuarios, cambiando las reglas, sino también que, con ello, se puede condicionar el aprendizaje de los algoritmos de IA de terceros mediante sesgos y falsedades enraizados en los datos suministrados. Lo cual puede beneficiar al propietario de la red X, que decide qué información vender.
Mientras estaba reflexionando sobre la venta de información privada y sus consecuencias, nada sorprendente porque el uso gratuito de las redes se paga con tu privacidad, me llamó un analista político compañero de El País de Demà, diciéndome: "El 50% de la victoria de Trump se debe a que sus bulos se han convertido en verdades para muchos usuarios de las redes sociales, ya que el algoritmo de Twitter, ahora red X de Elon Musk, los ha convertido en verdades generando cámaras de eco mediante bots, o personas reales, que decían lo mismo".
Será una certeza estadística o intuición, pero lo cierto es que los algoritmos de las redes sociales están diseñados para priorizar ciertos contenidos en los feeds de los usuarios. Este proceso se basa en una combinación de factores, los cuales pueden ser manipulados para favorecer ciertos mensajes o intereses específicos, pudiendo influir significativamente en la percepción pública y en la propagación de ideas.
Un aspecto que, combinado con la capacidad de dirigir mensajes a audiencias específicas según datos demográficos, ubicación, intereses y comportamientos online, hace que, al leer de forma reiterada contenido que coincide con sus percepciones, éstas se refuercen, convirtiéndolas en creencias, y se limita la exposición a ideas contrarias. Así, pues, los algoritmos crean cámaras de eco que favorecen opciones y condicionan los resultados de las elecciones.
Pocos dudan que la X de Elon Musk ya dista mucho del Twitter original, que era una red social que apostaba por la libertad de expresión regulada, siendo considerada una de las fuentes de referencia mundial de noticias de última hora y de debates temáticos de diversas áreas de conocimiento, como tecnología, política, tendencias de futuro, cambio climático, economía o política.
Ahora, son muchos los que afirman que la red social X se ha convertido en un instrumento de apoyo a los intereses de su propietario de maximizar beneficios, así como de desinformación, lo que ha originado que The Guardian y La Vanguardia hayan decidido dejar de publicar en ella. En esta línea de los intereses del propietario, hay que circunscribir su apoyo a Trump, que le ha llevado a ser designado como responsable del Departamento de Eficiencia Gubernamental.
La pregunta que me hago es: ¿Qué debemos hacer ante esta nueva realidad que puede poner en jaque la democracia y coartar nuestras libertades?, dado que ambas dependen de ciudadanos bien informados y de sistemas transparentes que protejan el derecho a la verdad y al debate. Una amenaza que exige actuar urgentemente con colaboración internacional, ya que las amenazas a la democracia y a las libertades no conocen fronteras.
Por ello, a nivel de la Unión Europea, es esencial impulsar leyes que obliguen a las empresas de redes sociales a ser transparentes sobre el funcionamiento de sus algoritmos, los cuales a menudo priorizan el contenido sensacionalista, para asegurarse que no se conviertan en herramientas que amplifiquen la desinformación o los discursos de odio. Además, los sistemas deberían incorporar mecanismos eficaces para identificar y etiquetar contenido falso o manipulado, un aspecto que no sólo ayudaría a distinguir entre veracidad y falsedad, sino que también fomentaría una mayor responsabilidad en la creación y distribución de contenido digital.
Unas actuaciones insuficientes si no van acompañadas, y es fundamental, de la financiación de proyectos que promuevan plataformas y medios digitales independientes y responsables. La UE debería liderar el desarrollo de redes sociales e iniciativas basadas en inteligencia artificial que utilicen tecnología propia, enfocada en principios éticos y orientada a fortalecer la democracia. Estas plataformas deben priorizar la calidad de la información y el bienestar social por encima de los beneficios económicos inmediatos.
En definitiva, necesitamos un cambio estructural que sitúe la transparencia, la ética y la responsabilidad en el ecosistema digital para fortalecer nuestras democracias en lugar de debilitarlas. Por ello, quedarse parado y confiar en las dos orillas del Pacífico no es la solución.