De todos los géneros de ficción el más ficcionario de todos es la autobiografía, donde el autor cuenta su vida con toda la legitimidad que le da el carácter subjetivo del género.
La autobiografía minimiza los errores cometidos y exalta los aciertos. De ahí que me haya yo sensatamente abstenido de leer los monólogos de Carles Puigdemont –alias Carles el Audaz, según el señor Gálvez— en su autobiografía, obra según creo de un tal Xavi Xirgu. Supongo que será un seudónimo, como Julià de Jòdar. Perdón por mencionar nombres que seguramente no le dicen nada a nadie.
En cambio, he leído con interés (en galeradas) la biografía del exiliado en Waterloo que ahora publican en La Esfera de los Libros Pablo Planas e Iñaki Ellakuría: Puigdemont. Subtitulado como El integrista que pudo romper España.
Planas es el colaborador de Crónica Global, donde cada mañana resume la actualidad según la refleja la prensa bajo el membrete Primeras Planas, que hace innecesario leer la prensa o escuchar la radio, bendito sea por lo que nos ahorra; y Ellakuría es el jefe del diario El Mundo en su edición barcelonesa, y columnista siempre sustancial y agudo de ese rotativo.
No hace falta que subraye que ambos son notables periodistas y conocedores del percal, ni, por consiguiente, que encomie su claridad, su precisión, su amenidad y fiabilidad.
En cuanto a la amenidad… es relativa, claro, porque, al fin y al cabo, nadie –salvo precisamente Gálvez— ha sostenido nunca que el president 1.375 i escaig de la Generalitat sea un estadista de campanillas, un Metternich, un Tayllerand, ni siquiera un Churchill o un Adenauer, ni desde luego un caso intelectual y psicológico complejo.
El pastelero de Amer es más bien un tipo de andar por casa, con una causa obsesiva, abrasadora: la independencia de Cataluña, caiga quien caiga.
No envidio a Planas y Ellakuría por haber seguido sus pasos casi día a día, desde el aula de la escuela al periodismo local, de ahí a la alcaldía de Girona, de ahí a la presidencia de la Generalitat, y de ahí a Waterloo, con esporádicas reapariciones y fugas de Rocambole.
Melancólica tarea tiene que ser la del biógrafo que ha de acabar su libro cuando el biografiado no es muy complejo y encima aún le quedan algunas impredecibles vueltas del camino.
Si Puigdemont vuelve y lo enchironan, malo: el libro quedará caduco. Si vuelve y, como la señora Ponsatí, se reincorpora a su vida de antes del golpe de Estado como si no hubiera roto ni un plato –cosa probable—, malo también, pues al libro le falta su final. Pero tiempo tendrán nuestros abnegados biógrafos para actualizar en futuras ediciones el relato de las andanzas de Carles el Audaz.
Me malicio, por decirlo con esta refitolera expresión, que este libro que acaba de salir de la imprenta y creo que hoy se pone a la venta interesará más en el resto de España que en Cataluña, pues aquí ya tenemos al personaje bien conocido y conocemos sus hazañas al dedillo.
Sin embargo, no está de más, para el lector catalán, tenerlo a mano y consultarlo cuando le convenga. Yo no he descubierto en sus páginas grandes episodios que no supiera ya, pero sí he encontrado muchos acontecimientos y a algunos personajes como el juez Vidal, que sabiéndolas, había olvidado, e información valiosa sobre detalles de la cocina del procés y sus reverberaciones internacionales, o sobre el sordo aborrecimiento recíproco que se profesan Puigdemont y el beato Junqueras, o sobre las interioridades de la “diplomacia rusa” que sí ignoraba.
Pero sobre todo el libro, documentando fríamente los avatares de los años del procés que ya empiezan a parecernos increíbles y casi insignificantes, tiene la impagable utilidad de reavivar nuestros recuerdos de aquellos hechos que si vividos ya eran raros, leídos ahora parecen asombrosos.
Es sabido que en la propia naturaleza de los sueños, y sobre todo de las pesadillas, está que si uno no ha tenido la previsión de tener lápiz y papel en la mesita de noche y no toma nota de sus imágenes turbulentas en los primeros minutos después de despertar, se olvidan.
El subconsciente así lo quiere, para que te reincorpores en seguida a la vida real. Las turbulencias y fantasmagorías oníricas se diluyen. ¿Qué importancia tienen, al fin y al cabo?
Aquí Ellakuría y Planas reclaman al lector: no digas que fue un sueño.