Cataluña ha superado la DANA con nota. Salvador Illa movilizó recursos y sobre todo los organizó. El resultado es que los daños se minimizaron al máximo. Sin embargo, no todo es un camino de rosas y los fuertes aguaceros pusieron negro sobre blanco que tenemos deficiencias en determinadas zonas de la costa que terminaron en inundaciones en localidades como Vilanova i la Geltrú, Castelldefels, Sitges, Sant Pere de Ribes, Gavà o Viladecans. No son las únicas que sufrieron algún susto y nos dijeron alto y claro que llueve sobre mojado. 

Los incidentes más notorios se produjeron en el Baix Llobregat porque la ausencia de limpieza de las rieras, la política de la Agencia Catalana del Agua -más bien la falta de política-, y las barreras de la C-31, C-32 y Rodalies construyen un tapón que es garantía de inundaciones. No hace falta que sea una DANA, la zona se inunda con tormentas que no llegan a esa categoría. 

“¿Por qué habéis abierto las compuertas? Las debéis cerrar inmediatamente”, espetó un alto directivo de la ACA a un responsable de las cooperativas agrícolas el lunes por la tarde. El agricultor no daba crédito a la llamada ni por el fondo ni por la forma. Los campos habían desaparecido bajo una amplia capa de agua y los cultivos de alcachofa, col, coliflor roja y blanca, ajos tiernos, perejil, apio, judías, calçots, patata tardía y cebolla tierna habían desaparecido. 

Abrir las compuertas era la única solución para conseguir que el nivel de agua bajara y los campos se secaran, con el objetivo de salvar toda la huerta de invierno y reducir en lo posible las cuantiosas pérdidas que se sitúan entre 35000 y 45000 euros por hectárea. Además, si no se hubieran abierto el impacto del agua sobre la C-32 hubiera sido peor, aseguran desde el mundo agrícola.



No cerraron las compuertas y la ACA siguió sin aportar una solución a su penosa gestión durante años. Una gestión que consiste en no limpiar las rieras y no dotar a la zona de un tornillo de Arquímedes, un tornillo hidráulico, que permita gestionar los aluviones. Por si fuera poco, ante la perplejidad de los agricultores, desde la Generalitat no se permitía abrir las compuertas de L’Edar de El Prat para desaguar los campos y en otras zonas.



Increíble pero verdad. El cabreo del sector en esos momentos subió de forma exponencial. Sin duda, los protocolos de gestión no se adaptan a la realidad. Es lo que tiene conocer el terreno desde el despacho y no a pie de calle. Las compuertas se abrieron el miércoles. Tarde, muy tarde. 

En conclusión, lo peor de la DANA se lo han llevado los agricultores del Baix Llobregat que por si fuera poco tienen la espada de Damocles de la ZEPA encima de sus cabezas. Durante años se ha reclamado una gestión de la zona por parte de las cooperativas agrarias y el Institut Agrícola Català de Sant Isidre.



Los gobiernos han estado a por uvas y la ACA, controlada por unos supuestos medioambientalistas que en varias ocasiones hicieron caso omiso o pusieron trabas a las decisiones de la consellera, ha dejado al pairo a una zona que abastece el 25% de Mercabarna con productos kilómetro cero. Ningún gobierno de la Generalitat no ha hecho nada y las inundaciones se han convertido en un mal endémico. 

La consellera de Territorio, Silvia Paneque, ha mantenido contacto con los afectados. Quizás es la primera vez que esto sucede, pero los payeses quieren que este cambio de talante tenga concreciones. El riesgo cero no existe pero se puede minimizar y llevan demasiados años esperando. La lección de la DANA es simple.



Si Cataluña quiere tener una industria agroalimentaria de proximidad potente debe emprender acciones concretas. Evitar inundaciones es una de ellas, sin olvidarnos de la ZEPA. Con el Govern de Salvador Illa las cosas han cambiado. Hay interlocución pero falta poner la aguja al hilo.



Desde las organizaciones agrarias esperan que la consellera Paneque visite la zona en los próximos días para que vea en primera persona la magnitud de la tragedia y sea un gran aliado para conseguir ayudas porque la cosecha de invierno de 2024 ha desaparecido. El tornillo de Arquímedes, uno nuevo, y ayudas al sector -agricultores y empresas- son el único bálsamo.