Pasear por Barcelona hoy en día es observar cómo algunos de sus ejes comerciales más icónicos comienzan a languidecer, es cierto. La imagen de locales vacíos y persianas cerradas es cada vez más frecuente, una señal de que algo no marcha bien en nuestra ciudad. Ante esta realidad, la reciente propuesta de ERC para limitar los alquileres de locales comerciales parece, a primera vista, una medida para frenar esta tendencia y fomentar el comercio de proximidad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: esta iniciativa no solo no resolverá el problema, sino que lo agravará.
La idea de imponer límites a los alquileres parte de un diagnóstico simplista y equivocado, y sin resultados, como ya hemos podido comprobar a gran escala en la limitación de los alquileres de vivienda. El comercio de proximidad no está muriendo por los precios de los alquileres, sino por una combinación de factores mucho más complejos: el indetenible dominio de los grandes operadores, la transformación digital, la falta de proyectos que impulsen el comercio en los barrios, y un desequilibrio entre las áreas más atractivas y las menos transitadas de la ciudad. En lugar de imponer restricciones que solo generarían más rigidez en el mercado, deberíamos estar buscando soluciones más ambiciosas y estructurales.
Para entender el impacto real de una medida de este tipo, es crucial hacer una distinción: no todos los locales comerciales de Barcelona tienen el mismo valor ni la misma capacidad de atraer actividad comercial. En zonas de gran afluencia, como el Passeig de Gracia o la Rambla, los locales tienen un valor elevado, en gran medida porque su ubicación y superficie los hacen ideales para grandes cadenas y marcas internacionales. Pretender que estos espacios sean ocupados por pequeños comercios de proximidad, simplemente regulando los alquileres, es una utopía. La estructura de precios está dictada por la oferta y demanda de una economía globalizada, y distorsionar este equilibrio no beneficiaría a los comercios locales.
Por otro lado, en barrios menos céntricos o en calles alejadas de las principales arterias comerciales, los alquileres ya son considerablemente más bajos. En estas zonas, el problema no es tanto el precio de los locales, sino la falta de actividad comercial. En muchas calles de Barcelona, incluso en zonas céntricas, es difícil encontrar negocios que quieran establecerse, no porque el alquiler sea prohibitivo, sino porque no existe un proyecto claro que dinamice el entorno. La limitación de precios en estos casos no generaría ningún efecto positivo, y mucho menos serviría para atraer el comercio de proximidad.
Si realmente queremos apoyar este tipo de comercio, deberíamos centrarnos en proyectos que impulsen su desarrollo de manera integral. Un buen punto de partida sería revitalizar los mercados municipales, auténticas locomotoras del comercio de barrio. Invertir en campañas de promoción que destaquen sus ventajas y servicios podría atraer a más consumidores y, con ello, revitalizar las zonas donde están ubicados.
Otra estrategia sería identificar qué actividades tienen potencial dentro del comercio de proximidad y trabajar para que encuentren su lugar en áreas con menos actividad comercial. No se trata solo de regular precios, sino de generar oportunidades. Las calles sin vida comercial podrían ser reactivadas con la instalación de pequeños comercios que, a su vez, sirvan de imán para atraer tráfico peatonal, creando una dinámica de crecimiento en barrios que hoy están al margen del desarrollo comercial.
Finalmente, es importante recordar que Barcelona no es solo su centro. Los barrios más periféricos, muchos de los cuales sufren cierto grado de marginalidad, tienen un gran potencial comercial si se les da la oportunidad. Invertir en estos barrios con ideas comerciales frescas y atractivas podría generar un nuevo dinamismo que beneficie a toda la ciudad. Crear conceptos que motiven a los barceloneses a desplazarse a nuevas zonas, a explorar su propia ciudad, es una de las claves para revitalizar el comercio de proximidad.
En conclusión, limitar los alquileres de locales comerciales no resolverá los problemas del comercio de proximidad en Barcelona. Al contrario, esta medida solo castigaría a los propietarios que ya soportan una elevada carga fiscal y provocaría la desertificación comercial de las zonas más céntricas. Si queremos una Barcelona viva y próspera, necesitamos proyectos ambiciosos que fomenten el comercio de proximidad donde realmente puede funcionar. Y, para ello, es necesario pensar más allá de las limitaciones y apostar por la innovación y la inversión en todas las áreas de la ciudad.