Casa Tarradellas se ha erigido en el curso de los pasados cincuenta años en una compañía puntera del sector alimentario español. Su cuartel general reside en Gurb, municipio de la Cataluña interior, colindante con Vic, capital de la comarca ausetana, donde anida el epicentro de un separatismo radical y montaraz.

El territorio está sembrado de explotaciones ganaderas, mataderos y salas de despiece de cerdos. Gracias a semejantes instalaciones, desde hace décadas florece una endogámica casta de opulentos empresarios, conocidos como los aristocárnicos.

Los emperadores de esa nobleza del porcino son dos septuagenarios, el matrimonio formado por Josep Terradellas y Anna Maria Falgueras. Les secundan en la gestión sus hijos Anna, Núria y Josep. Tal como prescriben los atávicos usos vernáculos, Josep está llamado a ser en el futuro el hereu del emporio industrial, con el permiso de sus hermanas.

El consejo de administración lo integran los cinco citados más el vocal-secretario Conrad Blanch Fors, exprofesor de finanzas de Esade, además de oriundo de Taradell, localidad vecina de Vic.

La corporación elabora a destajo el fuet espetec, pizzas frescas, pizzas congeladas y un amplio surtido de embutidos. Toda la manufactura se lleva a cabo en las factorías del conglomerado desperdigadas por la demarcación. La principal es la de Gurb, que asimismo alberga la sede social. Los parroquianos la conocen como “la catedral de can Tarradellas” por sus vastas dimensiones.

La firma emplea de forma directa a 2.560 colaboradores. A este ejército se añaden otros 400 que trabajan en sociedades controladas por el magnate Terradellas y dedicadas por entero a abastecer al grupo de harina, carne y materias primas. El 90% de la plantilla reside en los alrededores. Un porcentaje muy elevado del censo laboral lo componen ciudadanos de origen africano.

En la historia del consorcio despuntan varios hitos señalados, que contribuyeron sobremanera a propulsar las actividades. Uno, el lanzamiento del espetec a comienzos de los años ochenta. Significó un sonado golpe que dio a conocer la marca en todo el país, gracias a unas cuidadas campañas publicitarias.

Otro éxito memorable lo constituyeron las pizzas frescas. Josep Terradellas ideó el artículo, hasta entonces inédito, y en 1996 lo introdujo a todo trapo en las tiendas y supermercados.

Y tercer afortunado lance, el acuerdo suscrito con Mercadona para proveer de pizzas y embuchados, tanto con su emblema como con el distintivo Hacendado de la propia cadena.

Pero quizás el petardazo más espectacular lo propinó en 2019, cuando adquirió al coloso suizo Nestlé el 60% de la holding franco-germana Herta, elaboradora de salchichas, jamón de york, fiambres y bases de pizza. Abonó al contado 390 millones, sufragados por entero con recursos propios.

Gracias a esa formidable inversión, Casa Tarradellas, hasta entonces limitada al ámbito peninsular, extendió de golpe sus tentáculos por Francia, Alemania, Bélgica, Reino Unido e Irlanda.

La suma combinada de Tarradellas-Herta arrojó en 2023 unos guarismos deslumbrantes. El volumen de ventas subió a 2.220 millones y el beneficio neto se disparó hasta los 53 millones.

Los activos agregados del binomio se cifran en 1.610 millones y el patrimonio, en 1.227 millones.

Terradellas y Falgueras, de orígenes campesinos, se han encaramado a la cumbre arrancando desde cero. Su primer negocio lo abrieron en 1976 en Gurb, al pie de la N-152. Consistió en un pequeño restaurante, que incluía obrador y tienda de derivados del cerdo.

Uno de sus secretos ha residido en destinar a reservas los beneficios amasados cada ejercicio y guardarlos como oro en paño. Nunca en el casi medio siglo de existencia distribuyeron dividendo. Gracias a esta sana costumbre han podido lubricar con desahogo las ingentes inversiones realizadas hasta la fecha, sin recurrir al endeudamiento bancario.

El patriarca Terradellas no es amante de la publicidad ni de prodigarse en reuniones patronales o en actos sociales. A este respecto, guarda tal celo por preservar su intimidad que ni siquiera bautizó la compañía con su apellido. Cambió la “e” por una “a”, porque así disimulaba su relación con ella. Al veterano Josep solo se le conocen dos aficiones: su empresa y su familia. Desde los tiempos fundacionales siempre ha ido a lo suyo, o sea, a engrandecer su imperio fabril y comercial.