La empresa Casa Tarradellas, de Gurb (Barcelona), productora de elaborados cárnicos y pizzas frescas, camina con paso firme, bate récord tras récord y es uno de los mayores consorcios alimentarios de España. En este feliz día de Navidad de 2022, les presento en primicia sus magnitudes deslumbrantes.
El ejercicio pasado alcanzó 1.130 millones en activos, 860 en fondos propios, 1.520 en facturación y 61 en beneficio neto.
Tales guarismos incluyen los de la firma matriz más un 60% de Herta Foods. Tarradellas compró tal paquete de Herta a la suiza Nestlé, hace justo tres años, por 390 millones contantes y sonantes.
Herta goza de fuerte presencia en Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica e Irlanda. Manufactura bases de pizza, masas de hojaldre, salchichas, jamón de york y otros fiambres.
La adquisición significó una oportunidad de oro para el crecimiento de Tarradellas en el extranjero, pues su desarrollo en la Península ya va llegando a sus límites máximos.
El coloso tiene solo dos amos, Josep Terradellas y su esposa, Ana María Falgueras. El matrimonio, de orígenes humildes, ha erigido un emporio corporativo relevante. Pero a diferencia de otros promotores a quienes les gusta lucir en los medios, Josep siente una alergia extrema a la exhibición personal. De hecho, no ha concedido una sola entrevista en su vida. Apenas existen unas pocas fotografías suyas en las hemerotecas de los órganos informativos.
Observa tal celo por preservar su intimidad que ni siquiera bautizó con su exacto apellido la compañía. Cambió la “e” por una “a”, porque así disfrazaba su relación con ella y, de paso, resultaba más eufónico.
Nuestro personaje nació en una masía del pequeño municipio ausetano de Gurb, al lado de Vic, en la Cataluña más profunda y agreste. “Con apenas 13 años –relataría mucho más tarde–, empecé a trabajar en la granja. Ya casado, en 1976 abrí con mi mujer un minúsculo restaurante a pie de carretera, a fin de dar salida a nuestros propios embutidos. Éramos jóvenes, carecíamos de dinero, pero aspirábamos a hacer algo más que de payeses”.
A comienzos de los ochenta constituyó Casa Tarradellas y lanzó el fuet “Espetec”, artículo curado que hizo fortuna gracias a su calidad y a unas entrañables campañas publicitarias.
En casi cinco décadas de historia, son de señalar otros dos hitos que actuaron de espoleta para su explosión comercial. A mediados de los noventa abordó una actividad incipiente, las pizzas refrigeradas, hasta entonces casi desconocidas porque lo que primaba a la sazón eran las congeladas.
En poco tiempo se adueñó del mercado y llegó a acaparar un cupo del 90%. Varios conspicuos contrincantes trataron de penetrar en ese nicho, pero Tarradellas los barrió por completo del mapa.
El otro acontecimiento cardinal es la firma de un ubérrimo contrato con Mercadona para abastecerla de pizzas y loncheados, tanto con la marca Casa Tarradellas, como sobre todo con la de Hacendado, emblema de la poderosa cadena de supermercados. Dado que esta absorbe ya uno de cada cuatro euros que los españoles se gastan en los súpers, dicho queda que el enorme éxito del grupo catalán corre parejo al del valenciano.
Josep Terradellas, amante del trabajo silencioso y bien hecho, lidera la gestión de la mano de sus hijos Anna, Josep y Núria.
Medio siglo de labor infatigable ha convertido al granjero de Gurb en uno de los magnates alimentarios hispanos. Desde su modesto arranque en los setenta, siempre albergó una idea obsesiva entre ceja y ceja: desbancar a los caciques de su comarca de Osona. Hoy puede decirse que les da sopas con honda, en particular a sus colegas del porcino. Estos acaudalados capitostes, conocidos como los “aristocárnicos”, han acumulado fortunas descomunales con el sacrificio y despiece de cerdos. Pero ninguna alcanza ni de lejos la exuberante talla del imperio Tarradellas.