Muchas ciudades del mundo aprovechan determinados acontecimientos para hacer saltos en su desarrollo urbano y cultural. Londres, París, Berlín y Washington son buenos ejemplos; recientemente, Pekín y Dubái se suman a esta historia, como Roma en el pasado. Barcelona y Cataluña no se han quedado al margen.

Las exposiciones universales de 1888 y 1929 diseñaron la ciudad, abriéndola más allá de sus antiguas murallas, la primera en torno al parque de la Ciutadella y la segunda, alrededor de Montjuïc. Los Juegos Olímpicos de 1992 significaron un salto cuantitativo y cualitativo para la metrópolis: las rondas, la apertura al mar, las instalaciones deportivas, y las telecomunicaciones son las caras más visibles.

El Fórum Universal de las Culturas sirvió para lograr la llegada de la Diagonal al mar y la gran depuradora se instaló. Todo gran acontecimiento significa una inversión. El Mobile World Congress ha significado la mejora y ampliación de las instalaciones de la Fira de Barcelona, entre Barcelona y L’Hospitalet.

Hace pocos días ha finalizado la competición de la Copa América de vela. Personalmente considero que el mayor logro es la remodelación del puerto olímpico, que se hizo precisamente con motivo de los Juegos del 92. Es un legado que nos deja unas instalaciones realizadas en un tiempo récord. La ventaja de ciertos acontecimientos provoca que todo se acelere y todos los operadores, públicos y privados, sumen esfuerzos y recursos.

Una cultura deportiva de vela, ya existente en la ciudad –así lo certifican las medallas olímpicas desde hace años–, ahora se puede potenciar aún más si cabe. Finalmente, las imágenes de la competición en Barcelona, proyectadas a través de los medios de comunicación, reforzarán la capitalidad mediterránea de Barcelona y su legado marino.

Esto ya lo tenemos. Honestamente, tenemos lo que tenemos; entrar ahora en una carrera para acceder a ciertas infraestructuras nos podría llevar a una negociación compleja y no necesariamente fructífera. Disfrutemos de los legados obtenidos.