La presencia de Salvador Illa en la celebración del 12 de octubre en Madrid recupera la institucionalidad perdida. La gobernanza regresa a la casilla de salida, mientras la interconexión ideológica entre ismaelitas y demócrata cristianos, como diría Francesc Valls, va a más.

Es la mirilla del compromiso histórico impulsado por Giulio Andreotti, el masón que remedó al mismo Amintore Fanfani, después de recibir, en el senado italiano, al joven Felipe González enfundado en un traje de pana. Sus eminencias buscaban entonces la finezza vaticana dando por sobreentendido que la curia papal es el poder desarmado de Occidente. Y acertaron.

El actual president es un hombre que no solo reza y trabaja; también atiza un montón de mensajes con doctrina social de fondo, como buen hermano lego, vinculado a Roma por “amor y servicio”, como exige todo buen dicasterio. En pocas semanas, Illa nos ha puesto en casa: aeropuerto nuevo y 50.000 viviendas sociales en perspectiva.

Mientras el socialismo de cuna ibérica mete otra vez la mano en el cazo (Ábalos), el PSC apuesta por la normalización de la vida política y el respeto a la ley. Cataluña volverá a ser una balsa de aceite ante la derecha levantisca hispana que se querella sin pruebas contra la financiación ilegal del PSOE. Illa declama un Kyrie Eleison y se mueve como un felino bajo una lluvia de misiles entre Génova y Ferraz. 

Los conservadores rodean con saña el círculo íntimo de la Dictadura Comunista de Sánchez y, cuando se levantan del escaño, se alejan herméticos y proféticos, acariciando un sagrario y la resurrección de la carne. Rodean la ciudadela Moncloa con ataques leoninos en vez de presentar un programa liberal contra el Estado del bienestar o el sistema público de pensiones, que sería ideológicamente lo suyo.

Resucita la sombra del tripartit con un plan para integrar la inmigración, barrio a barrio. David Moya, el director general de Migraciones, Refugio y Antirracismo, habla de reforzar los servicios en los municipios que acojan más inmigrantes, con especial atención en el mundo rural. Pone por delante la inclusión de los recién llegados y no le regala ni un gramo de credibilidad a la señora Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, una Ifigenia de fuste racial. Queda mucho por hacer y no siempre lo hará la sociedad civil de círculos y fomentos pegada al mundo empresarial.

La nueva Generalitat recibe a Jordi Pujol en el Palau, desata la envidia de Puigdemont y acomoda a Felipe VI en la regata del kiwi. Al aire libre y bajo el sol, Aurora Catà, vicepresidenta del America’s Cup Event, ya no es únicamente la heredera de Catà i Virgili, hija de la endogamia. Ella se ha olvidado del historicismo vicensviveano para poner en primer plano la nueva economía vinculada al deporte y al mundo digital. Todo va muy rápido. En el Palau de la Generalitat, el coadjutor no ordenado cambia el misal de lado a lado del altar sin necesidad de monaguillos.