Después de meses de acusar a buena parte del periodismo español de ser una máquina de fango, de calificar de pseudo medios a cualquier grupo que publique noticias molestas sobre la familia Sánchez y sus exministros, el presidente del Gobierno ha conseguido ser portada de The Economist, semanario inglés fundado en el siglo XIX. No es fácil tener protagonismo en uno de los medios más prestigiosos y galardonados del mundo. Por algo será. 

Michael Reid, el que fuera corresponsal en España durante años, ha vuelto para contarnos que, en este país, un Ejecutivo en minoría “gobierna a placer de los nacionalistas radicales catalanes y vascos”. No será fácil desmentir los datos y comentarios de un duro artículo que, siguiendo la tradición del periodismo anglosajón, es claro y racional en sus conclusiones.

Ese mismo medio, tras la carta que el presidente nos envió a los españoles antes de irse a reflexionar un finde con su esposa Begoña, calificó a Sánchez de “Rey del Drama”. La misiva y el retiro eran pura estrategia de supervivencia, señaló la revista. Según nos descubren ahora diversos columnistas afines al actual presidente, The Economist es un medio conservador, liberal, cercano a las élites empresariales, de esos que nunca “han querido a Pedro”. ¡Como si los medios debieran tener sentimientos hacia los políticos!

En este país apasionado, que se parte en dos sin mirar atrás ni calibrar pérdidas, varios fieles informadores que se consideran progresistas tildan el texto del corresponsal inglés de “exagerado”. Sin embargo, el reconocido periodista británico no se ha olvidado de destacar que el mayor activo del presidente Sánchez es “una oposición ineficaz y dividida”. Así es la prensa independiente. Mira con el mismo escepticismo a la izquierda y a la derecha. 

Recomiendo a los sospechosos habituales que lean el último libro de Reid sobre nuestro país. Se titula España y está prologado por Antonio Muñoz Molina (un escritor poco sospechoso de ultraderechista). En sus 455 páginas, el británico hace un extenso repaso, ameno y ágil, no sólo a la historia y a la actualidad política o económica del país, también a las paradojas y características de nuestra cultura.

Mi ejemplar, que leí con enorme interés, tiene varias frases subrayadas en verde Staedtler. Sobre los argumentos de Sánchez a favor del pacto con el independentismo, el periodista escribe: “El problema es que la supuesta reconciliación en Cataluña fue a costa de dividir España”. El corresponsal nos tiene calados: “Los españoles son famosos por su orgullo, su empecinamiento y su poca disposición a ceder para alcanzar acuerdos”. La palabra inglesa compromise, aclara, no tiene un vocablo equivalente en español. Será por eso, además de por nuestra historia de luchas fratricidas, que los pactos de Estado son imposibles entre los dos grandes partidos (PSOE y PP).

Los mejores hispanistas, ya se sabe, son anglosajones. Muchos de los brillantes relatos sobre la Guerra Civil o la Transición han sido escritos por británicos. En mi familia, en las librerías de abuelos y bisabuelos, se acumulaban viejas joyas que intentaban explicarnos España a los españoles. Durante la pascua de mis 15 años –una de aquellas con lluvia, frío y películas de santos en televisión– encontré en los estantes un pequeño libro de Havelock Ellis que se titula El alma de España. Una frase me sorprendió y sigo recordándola: “El  español parece hijo de padre europeo y madre abisinia”. Se refería el escritor a que España era el nexo de Europa con África. Como Rusia lo es con Asia.

En Europa somos noticia. ¿O es preocupación? The Economist lo aclara: “La amnistía es la única medida importante que el Gobierno ha conseguido aprobar en el Parlamento en sus diez meses de mandato. No logró la aprobación de los presupuestos de este año y es poco probable que lo haga para el año próximo”.

Europa nota la debilidad parlamentaria de Pedro Sánchez –único superviviente de la socialdemocracia del continente– y empieza a dudar de la calidad de la democracia española, enfrascada en constantes luchas judiciales, periodísticas, económicas y diplomáticas (lo de Venezuela no se entiende). Aun así, algunos se resisten a aceptar las críticas: “Es la revista de los ricos de la tierra”, “son avisos pagados por el mundo de los negocios”. Quién lo iba a decir, The Economist enfangado por la corte del rey del drama.