El incuestionable éxito de la segunda edición del Barcelona Desperta!, más allá del extraordinario panel de participantes, hay que buscarlo en el púlpito de reflexión en el que se ha convertido sobre las grandes cuestiones que importan y afectan a la capital catalana, motor de una Cataluña que trata de volver a encarrilar. La economía, las finanzas, el empuje industrial, la seguridad, la movilidad enriquecieron los debates, la hoja de ruta que necesita la sociedad catalana para superar errores del pasado reciente y volver a ser una comunidad clave en la economía española.

Uno de los elementos que tiene que determinar el camino para renacer de las cenizas es lograr mejores índices de seguridad, que disminuyan los delitos y que la sensación de quienes viven aquí sea la de disfrutar de un estándar de tranquilidad mayor. La mesa de debate que abordó el reto de acabar con la multirreincidencia fue especialmente interesante. El magistrado José María Asencio, uno de los participantes, arrojó un dato definitivo: mientras en Europa la tasa de jueces por cada 100.000 habitantes es de 21,2 magistrados, en España esa ratio desciende drásticamente hasta los 11,6 jueces. Urge una inversión rápida para corregir esa desproporción y dotar de más medios humanos para combatir el cáncer de la inseguridad callejera que es la multirreincidencia. 

Pero además de dotar de medios a la justicia hay que cambiar la mentalidad de determinados colectivos de la sociedad y de la élite política. El papanatismo buenista está en desuso si se quiere vivir con cierta tranquilidad. Hay que combatir a los delincuentes multirreincidentes con todos los medios para evitar que sigan riéndose de todos y en libertad. 

Los locales o extranjeros con papeles tienen que poder ingresar en prisión con mayor facilidad si se dedican a robar relojes, móviles o lo que sea en las calles. Y a los extranjeros en situación irregular que han hecho de la multirreincidencia su modus vivendi hay que mostrarles la puerta de salida del país. Sin contemplaciones. Sería importante que los gobiernos, sea cual sea su color político, abrazaran estas tesis con normalidad, evitando el miedo a la crítica de aquellos a los que cualquier acción de este tipo les parece racismo cuando en realidad es aplicar el sentido común. 

En España no se puede venir a robar y a modificar nuestro sistema de vida. ¿Fácil de entender, no? Una filosofía vital que nada tiene en común con aquellos que abominan de un color de piel diferente al suyo sin ningún motivo. ¿Se imaginan las calles de Barcelona sin los 200 multirreincidentes más habituales? Construyamos, pues, una nueva manera de entender la vida y el progreso sin miedo a que cuatro iluminados pretendan hacerte creer que eres un facha. No hay peor ataque a la libertad que verse obligado a convivir con el miedo.