El otoño del patriarca cae sobre Barcelona. La Filadelfia española quiere recentrar su interés metropolitano, como reclama el último papel del Círculo de Economía (L’hora de la Barcelona Metropolitana). Y junto a la revisión del modelo de gobernanza, el prestigioso foro de opinión ha desplegado esta semana sus humores más íntimos en un debate sobre la empresa familiar, con Pepe Raventós (Raventós Blanc) y Lluís Sans (Santa Eulalia). Pero no es momento de sucesiones libres de impuestos. Por otra parte, los chalaneros picos de vicuña y los cuellos redondos de lana fría han sido adelantados por marcas de frontera como Vans, Dickies o Carhartt, un mercado más versátil que el paseo de Gràcia de los Givenchy o Cerruti, forjado en la vetusta Place Vendôme (París), de Cartier y Chanel.
El flaneur del Eixample no ha sobrevivido a la ola aislacionista catalana y evita la mala copia de la Avenue Montaigne. Hoy explora el casco antiguo en busca del streetwear rabalero, pegado a una sala de exposiciones con acceso en forma de bistró, como los que describe Patrick Modiano en sus novelas.
El cruce entre lo macro y lo micro no es la urbe metropolitana, sino la ciudad global, receptora del Informe Draghi que ha convencido a la Comisión de Bruselas en un momento en el que la inversión privada en Europa está bajo cero, más quieta que una balsa de nenúfares inmutables. Europa se ahoga, como el Barça de Xavi; y solo saldrá del declive si aplica la alta velocidad de Hansi Flick, tal como la propone Draghi: un torpedo de 800.000 millones de euros anuales, garantizado por la deuda pública mancomunada de los países miembros. Pero el austericismo alemán se opone; Calvino está de vuelta y azuza la desconfianza de los partidarios de reformas estructurales para recortar derechos laborales y sociales al estilo Elon Musk.
Draghi no es un socialista, como no lo fueron Keynes y Harry Dexter White, cuyos debates acabaron sembrando lo que más adelante sería el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ha llegado la hora de apoyar al eurocurrency, divisa fuerte y motor de una acumulación bruta de capital muy por encima del Plan Marshall de 1945.
De momento, son muy débiles los ecos de los debates en las instituciones económicas catalanas, el Círculo, Fomento del Trabajo o las Cámaras de Comercio. Solo preocupa el ombliguismo. Tampoco sabemos qué piensa la sociedad civil de si Junts y ERC votarán en el Congreso la senda de estabilidad propuesta por el Gobierno de la que dependen los 2.584 millones de euros que le corresponden a Cataluña.
Las empresas familiares hacen, verbigracia, oídos sordos. Sus patrones, pequeños tiranos de aquel otoño de García Márquez, ponen sobre la mesa el derecho a la herencia libre de cargas; cultivan el toque rancio.