Vienen estos verbos a raíz de los debates que periódicamente leemos, vivimos, observamos en relación con la emigración.
El dibujante, JL Martín, en su viñeta del 1 de septiembre, reflejaba magistralmente los verbos necesitar y querer: “Los inmigrantes nos quitan los trabajos/ que nosotros no queremos”.
Según los datos de la Seguridad Social, están afiliados al sistema público cerca de tres millones de personas extranjeras, el 13,5% del total de afiliados, con su correspondiente aportación a la bolsa de las pensiones. Relevante a pesar de muchos infundios.
Las mayores aportaciones provienen de Rumanía, Marruecos, Colombia, los ítaloargentinos, Venezuela, China, Ucrania, con gran incidencia en los sectores de la construcción, hostelería, agricultura y comercio.
Este es un breve resumen de unos datos que abren muchos debates.
¿Los necesitamos si tenemos en cuenta la demanda de obra en muchos sectores económicos? Sin ninguna duda, digámoslo alto y claro: sí.
¿Los queremos? ¡Ay, amigos míos! En este pequeño vocablo reside parte del deseo y la realidad. El querer va por casas, domicilios, barrios, pueblos. Necesidades, miedos y contradicciones. Las lenguas, las religiones o las costumbres ayudan a fomentar mitos y miedos.
No estamos exentos ni aislados de este debate global. El viento del miedo azuzado y fomentado por determinados postulados extremos, tanto de las llamadas derechas como de las supuestas izquierdas, recorre Europa. En este verano, que ha sido desgraciadamente versátil, en Reino Unido y Alemania, por citar algún ejemplo, han vivido momentos de gran proyección, con la seguridad como excusa y bandera.
Las diferentes historias y tradiciones políticas y culturales de muchos países europeos, con sus pasados coloniales, explican sus diferencias en cómo han reaccionado y reaccionan. La posgestión de la segunda guerra mundial, y la descolonización de África y Asia, explican los flujos que se han vivido en Europa. Salvo excepciones, nadie emigra de su tierra por gusto. En España, el franquismo marcó ritmos temporales diferentes, una interna del campo a la ciudad y, a la vez, del centro hacia la periferia, excepto la isla de Madrid. Y la más reciente, la del exterior, que aparece con fuerza en los últimos 20 años.
Podemos, y debemos, hacer lo mejor ante una realidad que no va a disminuir. China no es una opción para emigrar, ¡por ahora!, por muchas razones. Estados Unidos, con todos sus matices, vive situaciones similares a Europa, pero con enfoques y respuestas diferentes.
A menudo, tenemos miradas interesantes e interesadas. El mundo del deporte nos está ofreciendo imágenes de amor y rechazo exacerbado, que expresan sin filtro nuestras altas y bajas pasiones. El mundo laboral del campo y de cierta hostelería es otro microcosmos donde a menudo los derechos fluyen por la nube. La seguridad ciudadana ofrece otros filones de rumores.
Europa necesita pactar unos mínimos comunes: ¿qué se entiende por integración?, ¿qué expresamos cuando decimos multiculturalidad?, ¿qué nivel de conocimiento debe tener el nuevo ciudadano residente de nuestros idiomas, en especial en los territorios con las llamadas lenguas minoritarias?
¿Cuáles son los derechos laborales, horarios, salarios, alojamiento, en actividades con gran flexibilidad de funcionamiento? ¿Pueden ayudar a repoblar zonas rurales? ¿Cuántas personas podemos acoger? ¿Cómo convivimos con tradiciones religiosas diversas?, la mayoría de tradición monoteístas, pero con siglos de enfrentamientos. No es fácil. Pero rehuir este debate y realidad es favorecer las visiones simplistas.
El lenguaje llamado políticamente correcto, impulsado desde sectores públicos y de la academia, no refleja lo que mucha gente piensa, pero no expresa en público. Los miedos a los anatemas son peligrosos, aunque después se reflejan en las elecciones. Construir relatos ideológicos sin respuestas claras genera frustración. Y observamos que, al plantear algunas preguntas, surgen los matices.
Antes la emigración era interior, tampoco fue fácil. La palabra “charnego”, con toda su semántica despectiva, ahora es la emigración global. En la reciente estrenada película sobre el autobús El 47 se habla de dignidad, de coraje, de integración, pero también de frustraciones. En la actualidad, la agenda de preguntas y respuestas incorpora nuevos matices, más complejidad, con una población autóctona que envejece y que la crisis económica y la pandemia han hecho muy temerosa. Reutilizando palabras de la película y de algunos presidentes de la Generalitat: “Menos palabras y más hechos”.