Se nos va el verano, se está yendo. Dicen que un par de gotas frías le darán la puntilla dando paso a un otoño extremo. Toca sentarse sobre la maleta e intentar cerrarla, sumarse a la operación retorno y el consabido embotellamiento y regresar a la realidad.

Tocará también echar cuentas de lo gastado en los siete gloriosos días pasados en tercera o cuarta línea de costa, frente a una playa abarrotada de guiris embadurnados en aceite de coco, octogenarios especializados en monopolizar orillas y churumbeles tocapelotas con su pelota, y blasfemar al constatar que no se hizo previsión para sufragar el consabido desembolso septembrino en matrículas, libros y material escolar, y ropa y calzado para la prole. Lo de todos los años, vaya. La vida sigue igual. Y en lo tocante a la política catalana –una maldición más de la vida que toca sobrellevar con estoicismo e ironía–, sin grandes novedades en Zombiland, porque si Cataluña ya era tradicionalmente tierra de zombis, ahora, como les contaré, aún lo será con mayor motivo.

Reconfortante, así, de entrada, es ver cómo Salvador Illa trata de normalizar algunas cosas. Es de agradecer que por fin se decida a sacar a pasear la bandera de España, y que se comporte como es normativo en lo protocolario un presidente de la Generalitat.

Le hemos podido ver recibiendo y saludando con franca cordialidad a Felipe VI en el remodelado Puerto Olímpico de Barcelona con motivo de la Copa América de vela. Y lo ha hecho acompañado de Jaume Collboni, alcalde de Barcelona; Jordi Hereu, ministro de Industria y Turismo; Berni Álvarez, conseller de Deportes de la Generalitat, y Miquel Esquius, comisario jefe de los Mossos d’Esquadra, entre otros. Seguro que a Marta Rovira, Carles Puigdemont, y al resto de espantajos irreconciliables, esa deferencia les habrá sentado como una patada en la boca del estómago.

Pero en Cataluña, en general, y con el PSC, en particular, siempre a una de cal corresponde otra de arena. Es lo que hay. La polémica suscitada por una actividad lúdica denominada “Técnicas de Guerrilla Urbana” –organizada por la asociación Blaus en el marco de las fiestas municipales de Granollers– ha levantado ampollas al ser difundida por los principales medios de comunicación del país.

Una actividad, difícilmente justificable, dedicada a enseñar técnicas de combate callejero al más puro estilo kale borroka a niños y adolescentes –con uso de contenedores a guisa de barricada, y con prácticas de lanzamiento de imaginarios cócteles molotov en perfecta parábola sobre la cabeza de un ninot o maniquí policía– es absolutamente inaceptable desde cualquier óptica –aún más si tenemos presente nuestra historia reciente– y ha llevado al Sindicato Unificado de Policía (SUP) a elevar una queja formal en una carta a Fernando Grande-Marlaska, que como es habitual ha hecho mutis por el foro.

El PSC, que gobierna la alcaldía de Granollers, excusa el hecho, alegando el no tener conocimiento del contenido de la actividad, a pesar de que el título es suficientemente explícito y consta en el programa de festejos y actividades. Actividades así adoctrinan a los futuros CDR del próximo embate de sinrazón nacionalista.

Y como apostilla a lo dicho, suscita alipori, absoluta vergüenza ajena, leer el pliego de descargo que en forma de editorial publica Vicente Partal en el digital Vilaweb, quitando hierro al asunto a base de victimismo y pamplinas históricas: “Lisa y llanamente, lo que se pretende es que los catalanets interioricemos que en lo referido a pegar solo pueden pegar ellos; que herir solo pueden herir ellos, y que matar, de llegar a tal punto, solo pueden matar ellos”. Mare de Déu de Núria i Verge de Montserrat… ¡La medicación, Vicente, la medicación! 

De todos modos, creo sinceramente que en esta época de “gloriosa pacificación sanchista de Cataluña” debemos ser pacientes y acostumbrarnos a hacer caso omiso ante este tipo de provocaciones. El que se entrene a niños con vistas a defender la futura republiqueta de Narnia, o que el consistorio del PSC de Vilafranca del Penedès elija como pregonero de su fiesta mayor a Otger Amatller, un exconcejal de la CUP, que rajó a placer y, estelada en mano, concluyó su pregón con un sonoro “puta España”, ya no es agua que pueda mover molino y es solo prueba de que el nivel de disbauxa nacionalista y la estupidez procesista no recibió en su día suficiente tratamiento psicológico ni adecuada medicación democrática.

Créanme. Ahora mismo lo que toca, amigos lectores, no es mesarse las barbas ni rasgarse las vestiduras. Lo que toca es reír largo y tendido, estentóreamente, ante los dislates y locuras que caracterizan a esta tribu de majaderos. Personalmente ardo en deseos de ver a toda esta cohorte (porque a formar legión ya no llegan por número) de ceballuts barretineros concentrados en Barcelona, Tarragona, Lleida, Girona y Tortosa, en la Diada del próximo 11 de septiembre.

A la ANC de l’avi emprenyat Lluís Llach ya solo le mueve el afán por vender camisetas –este año con el eslogan “Hagamos + corto el camino”– y sombreros de paja –“De amenaza muy alta (según los Mossos)”– estilo Panama Jack. Ridiculez en grado superlativo. La campaña de la ANC ha recibido un severo correctivo en redes sociales por parte de un colectivo desencantado, hastiado de mentiras y tremendamente enojado ante la monumental tomadura de pelo de unos políticos sin escrúpulos, año tras año. En pocos días saldremos de dudas. Hagan palomitas. 

Pero si de reír a mandíbula batiente se trata, tomen nota, porque juraría que nos divertiremos lo indecible en el futuro. La productora de The Walking Dead: Daryl Dixon –un spin-off de éxito del clásico The Walking Dead– ya ha comenzado a rodar la tercera temporada de la serie, esta vez en España. Ya saben: zombis por un tubo y distopía posapocalíptica, que en esta ocasión tendrá como telón de fondo a nuestro país: Madrid, Santiago de Compostela, Aragón, Valencia y Cataluña.

En nuestra comunidad las localizaciones, así se anuncia, se centrarán en su belleza paisajística y urbana. Probablemente podremos ver la basílica de la Sagrada Familia, la Casa Batlló o la Pedrera devoradas por la maleza, y el paseo de Gràcia hecho unos zorros. Estoy convencido de que muchos indepes aburridos de la vida se apuntarán a participar como extras. Creo que los guionistas deberían considerar seriamente la posibilidad de crear una raza específica de zombis cuando los protagonistas de la serie, en su andurrear, pasen por Cataluña. Unos zombis estelados, comedores de calçots y bebedores de ratafía, armados con hoces, serían el no va más y triunfarían en todo el planeta. Y si el zombi alfa se parece a Carles Puigdemont, ya ni les cuento. Mejor que mejor.

Así que lo dicho: a reírse (de ellos) que son cuatro días. Sean felices, amigos.