Ha fallecido Inés Ayala Sénder (Zaragoza, 1957), que fue eurodiputada socialista entre 2004 y 2019, cuando fue elegida concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, donde se mantuvo hasta hace un año. Era licenciada en Filología inglesa por la universidad zaragozana, pero sus trabajos en el Parlamento Europeo acabaron por convertirla en una excelente conocedora de los medios de transporte público y firme defensora de las conexiones transfronterizas del ferrocarril, para las que buscó financiación comunitaria con denuedo. Se batió el cobre en defensa del eje Sagunto-Zaragoza-Canfranc, pero no por ello dejó de lado la defensa del Corredor Mediterráneo.
Inés Ayala terminó la carrera e ingresó en la Universidad de Zaragoza como profesora. Pronto se afilió a UGT, primero, y luego al PSOE. En el sindicato fue secretaria de Acción Social en la época en la que era secretario general Nicolás Redondo.
Pero sus preocupaciones políticas eran anteriores. Cuando aún era estudiante se mostró muy activa en la lucha por la democracia y acudía regularmente a las manifestaciones progresistas. A veces, la acompañaba su padre, abogado de profesión, más preocupado por la posibilidad de que le ocurriera algo a ella que por la posibilidad de transformar la realidad social. Su madre era hermana del escritor que fuera anarquista Ramón J. Sénder, exiliado tras la Guerra Civil y autor de novelas tan excelentes como Imán y Crónica del alba y del libro-reportaje Viaje a la aldea del crimen.
Ayala era una mujer fuerte de aspecto frágil, apariencia que se veía acentuada por un carácter afable y dulce. Es difícil recordarla sin una sonrisa, acompañada de una mirada atenta y curiosa ante casi todo.
A mediados de los setenta pasó un tiempo en Cambridge, estudiando lingüística. Vivía en el Newnham College, que antes había sido exclusivamente femenino, aunque entonces era ya mixto, pero acudía a veces al vecino Darwin College, donde residía un grupo de estudiantes procedentes de China (“física y políticamente firmes”, decía de ellos), muy interesada en la cultura y la política de ese país, lo que no la llevó, pese a que entonces era relativamente frecuente, a simpatizar con el maoísmo.
Acudió a diversos cursos de fonética y fonología y a las clases de un profesor chomskiano procedente de la Universidad de Jerusalén que explicaba las primeras versiones de la gramática generativa, lo que se llamaba con humor “el antiguo testamento”. Un día, en el comedor, un estudiante le espetó: “Oiga, perdone, pero usted ¿en qué año vive?”. El hombre pidió prestada a Inés su eterna sonrisa y respondió: “En 1978, como usted”, para de inmediato precisar que entendía que se refería al año del calendario hebreo. Y luego añadió: “No se preocupe usted, en mis años de enseñar lenguas he acabado por darme cuenta de que, cuando uno utiliza un idioma prestado, es muy fácil que suene poco educado”. No era el caso de Inés Ayala. Tímida en apariencia, se expresaba con una notable fluidez, aprendida más allá de las aulas universitarias.
Inés viajaba con frecuencia a Barcelona, donde tenía amigos y, también, algunos familiares. Entre ellos, Joaquín Monrás, que fue durante años redactor de la sección de internacional de La Vanguardia, o el escritor Rafael Sénder, instalado más tarde en Perú, autor de una novela muy curiosa, Jolly Rogers, cuando aún no tenía 20 años.
Otros glosarán sus aportaciones a la política, tanto como miembro de la comisión de Medio Ambiente como en su labor de promotora de la transparencia política. Pero esas tareas habían quedado atrás en los últimos meses debido a la enfermedad que ha acabado con su vida. Al final se ha ido la mujer. Ella misma lo comunicó con una esquela que decía: “Inés Ayala Sénder. Estimadas amigas y amigos: ha llegado la hora y quiero despedirme de todas las personas que me habéis acompañado a lo largo de mi vida, agradeciendo vuestra compañía, amistad y colaboración. Ha sido un viaje maravilloso”. La encabezaba una cita de Juan Ramón Jiménez: “… Y se quedarán los pájaros cantando…”. Inés Ayala querría que los que quedan disfruten de sus trinos y sus versos. Con una sonrisa.