Hace unos días, comentando acerca del momento que vivimos, una persona especialmente atinada señalaba acertadamente que hemos pasado de ciudadanos a espectadores; de tener la sensación de poder incidir en una sociedad que va a mejor, a encontrarnos boquiabiertos y sorprendidos ante un mundo que no entendemos y se desliza hacia no sabemos dónde. No es tanto una renuncia voluntaria como la asunción natural de una impotencia que nos está conduciendo a escenarios desconocidos.

Lo recordaba anteayer, leyendo un artículo acerca del número de muertos en Gaza que la reconocida revista médica Lancet cifra en 186.000, la mayor parte de los cuales no como consecuencia directa de los bombardeos, sino de la destrucción del sistema hospitalario, de la sed, del hambre o de las epidemias. 

Y ello me llevaba a, también, recordar cómo una fina analista mostraba su sorpresa ante la nula reacción del mundo occidental frente a la barbarie israelí en Gaza. Se sorprendía de que, ni tan siquiera en el mundo estudiantil, se hayan producido manifestaciones o muestras de rechazo a la inhumanidad de destrozar a cientos de miles de personas inocentes, que se limitaban a vivir, soñar, enamorarse, y enfrentarse a una dura realidad para procurar el sustento de los suyos. 

No sólo se les ha arrebatado la vida y sus pocos enseres, sino que se desvanece cualquier atisbo de esperanza para generaciones que sobrevivan a la destrucción sistemática de un territorio y sus gentes.  Mientras, los ciudadanos de esta Europa que se autoproclama tan comprometida con los derechos humanos, ni tan siquiera se molestan en salir a la calle para exigir el fin del criminal hostigamiento

Recuperar la condición de ciudadanos y dejar atrás el de meros espectadores no va a resultar nada sencillo, pues nos hemos sumido en una banalidad e individualismo que la revolución tecnológica, el sin límites al que puede llevarnos la digitalización y la bioingeniería, puede acelerar de manera irreversible. Mientras no recuperemos ese concepto de ciudadanía que, por lo menos, los estudiantes se rebelen contra barbaries como la de Gaza. No hace tanto, aún sin redes sociales, nuestros jóvenes se habrían organizado para exigir un mundo más decente. Los de hoy, van a lo suyo pues, al fin y al cabo, han aprendido de los mayores. Mal lo tenemos