Con la llegada de julio, los alumnos de bachillerato conocen si su deseo de cursar su opción de carrera universitaria es posible. Lograrlo o no depende de su nota de acceso a la universidad. Es decir, en gran parte, de una nota que evalúa únicamente conocimientos y en ningún caso las motivaciones del alumnado o las actitudes y aptitudes, que son determinantes para alcanzar reconocimiento y éxito en el desarrollo profesional posterior.

Unas notas, las de las PAU, que además están condicionadas por el nivel de ansiedad con que se afrontan los exámenes, algo determinante y presente en muchos alumnos, lo que puede afectar negativamente al rendimiento de los estudiantes en la prueba pudiendo no reflejar el verdadero nivel de sus conocimientos. El motivo hay que buscarlo en que, en la mayoría de las escuelas, los profesores son en exceso protectores no exigiendo a los estudiantes lo suficiente. Lo hacen para evitar tensiones y desánimos, con lo cual no aprenden a ser resilientes en situaciones de tensión ni se les prepara para sobreponerse a las dificultades y salir fortalecidos, ni se les enseña a gestionar el estrés ni administrar correctamente el tiempo.

Unos exámenes que condicionan el acceso a la universidad y que en ningún caso evalúan, ni lo pretenden, la vocación del alumno. Vocación entendida como una combinación de inclinaciones naturales, habilidades, valores y el sentido de propósito que guía a una persona hacia una determinada profesión o actividad, haciéndolo porque está convencida de que le proporcionará satisfacción y realización personal.

Una vocación profesional que es el resultado de diversos factores como son los intereses personales, las aptitudes y habilidades más destacadas de la persona, los valores, la personalidad y las experiencias previas. Sin olvidar las tendencias tecnocientíficas y sociales confluentes en el mercado laboral. Aspectos sin duda importantes en el momento de elegir los estudios que permitan abrir las puertas, a largo plazo, a una carrera profesional de forma satisfactoria y exitosa.

Habría que reconocer que las notas en los exámenes de acceso a la universidad, aunque importantes para la admisión, no son necesariamente indicadores precisos de la vocación de un estudiante, algo que queda evidenciado desde hace años atendiendo que si bien la inmensa mayoría de los alumnos aprueba las PAU, un porcentaje significativo de ellos abandona los estudios universitarios o cambia de carrera una vez iniciada, un problema que viene de lejos y que es estructural.

Ya lo recogía en 2010 el informe L’abandonament dels estudiants a les universitat catalanes, elaborado por la AQU. En él se indicaba que los jóvenes de 18 a 20 años que iniciaban los estudios universitarios abandonaban la carrera. También en la misma línea se encuadra el documento Datos y cifras del Sistema Universitario Español del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades en su publicación 2023-24, referido a la cohorte de nuevo ingreso de 2017-18. Allí se menciona que la tasa media global de abandono se situaba en el 25,3% y el cambio de estudio, en el 11,7% para universidades presenciales, cifras que son ligeramente superiores en las universidades públicas que en las privadas atendiendo el proceso de acceso más personalizado en estas. El mismo informe detalla las cifras sobre autonomías y nacionalidades, indicando, en referencia a Cataluña, que las tasas se sitúan en el 25,8% y el 13,0% respectivamente.

Unas cifras y unos resultados que se enmarcan, hay que insistir en ello, en que los exámenes de acceso evalúan conocimientos específicos en materias académicas, también la capacidad de memorización y la comprensión de contenidos académicos, pero en ningún caso los intereses, valores o la inclinación hacia ciertas áreas. Por ello, debería considerarse que la nota no debería ser el único indicador fundamental de acceso a la universidad al no representar el potencial y la verdadera vocación del estudiante y que deberían ser considerados aspectos vocacionales, de forma complementaria a las notas de los exámenes, en el momento de la asignación de las plazas universitarias. Sin duda, la pregunta es ¿cómo hacerlo de forma objetiva?, considerando que, para identificar la vocación de un estudiante, es crucial contemplar un enfoque más holístico que incluya intereses, habilidades, valores y experiencias prácticas.

En este contexto de notable abandono o cambio de carreras, las notas de acceso de las PAU deberían complementarse con elementos que ayuden a identificar las áreas de interés de los estudiantes con pruebas de evaluación de habilidades y aptitudes, tomando en consideración las actividades y estudios efectuados fuera del ámbito escolar, los cuales evidencian los intereses vocacionales de los candidatos. Así pues, la nota final de acceso, que puede llegar a 14 al considerar las materias más próximas a las básicas de los estudios universitarios a cursar, debería también considerar las actividades extracurriculares desarrolladas libremente por el alumno, en especial aquellas efectuadas en períodos de vacacionales y fuera del ámbito escolar propio.

Otorgar un peso en la nota final a estas actividades, debidamente acreditadas, permitiría incorporar rasgos vocacionales en el proceso de asignación de plazas. Una asignación en la que la última palabra la deberían tener las facultades y escuelas a través de entrevistas personales que evalúen las habilidades para trabajar en grupo y las motivaciones vocacionales, en la línea del modelo anglosajón y como ya se efectúa en la mayoría de universidades privadas del país.

En el actual contexto, y fruto de mi larga experiencia en el mundo universitario, soy de los que creen que es necesario mejorar el acceso universitario y adaptarlo a las verdaderas capacidades y vocaciones de los estudiantes. Para ello es imprescindible una evaluación más personalizada. Por tanto, las notas de las PAU promediadas con las del bachillerato o ciclo, aunque necesarias, no deberían ser el único criterio para determinar el futuro académico de los jóvenes.

Es preciso valorar también las habilidades, intereses y experiencias prácticas que cada estudiante aporta, creando un sistema de admisión que refleje verdaderamente su potencial y vocación. Solo así podremos reducir el abandono y los costes económicos y sociales asociados, y formar profesionales más competentes y apasionados en su ejercicio, construyendo, a la vez, un futuro más prometedor y equitativo sin exclusiones.