Hace algunos años se puso de moda el trilema que el economista Daniel Rodrik explicaba en el libro La paradoja de la globalización, según el cual las sociedades no pueden optar al mismo tiempo por sostener altos niveles de globalización económica, soberanía nacional y democracia. Pues bien, los republicanos tienen ahora mismo su propio dilema tripartito, y no pueden negarse en paralelo a investir al socialista Salvador Illa, huir del abrazo del oso que pretende darles Carles Puigdemont, y evitar una repetición electoral que les infligiría a buen seguro un nuevo revés en las urnas que agudizaría una posición subalterna respecto a Junts.
Por eso, a fecha de hoy, pese a que el desconcierto interno que sufren hace posible cualquier tontería, lo más probable es que, en las próximas semanas, encontrarán la manera de votar afirmativamente la investidura del candidato del PSC sin que eso implique su entrada en el Govern. El argumento es bastante previsible: una llamada a la responsabilidad, pues unas nuevas elecciones no resolverían seguramente nada, sino que complicarían más la gobernabilidad de Cataluña con el probable crecimiento de Aliança Catalana o, por qué no, con la entrada de la candidatura de Alvise Pérez. Tras ese gesto “patriótico”, ERC se quedaría en la oposición, haciendo oposición, extremando sus exigencias en Madrid, erosionando a Illa con la ventaja de que Puigdemont al no poder ser restituido renunciaría a su escaño en el Parlament y, más pronto que tarde, dejaría de ser un rival electoral.
La reciente resolución del Tribunal Supremo sobre la inaplicabilidad de la amnistía para los delitos de malversación, bastante previsible a tenor de lo que ya sentenció el año pasado cuando el Congreso modificó el Código Penal en favor de los independentistas, no cambia ni empeora ese escenario, sino que lo favorece, ya que ni Puigdemont va a regresar en los próximos meses a España ante la certeza de una detención, ni Oriol Junqueras podría ser candidato en unas nuevas autonómicas que se celebrasen en octubre. Por eso, lo único sensato que puede hacer ERC es ganar tiempo y evitar, al precio que sea, el peor escenario, una repetición electoral que podría llevar al partido republicano a los infiernos.
Cuestión diferente es cómo, a medida que nos vayamos internando en el hastío del verano, la exigencia de una financiación singular que saque a Cataluña del régimen común y le permita recaudar todos los impuestos se irá dejando de lado o se ahogará en un montón de palabras y promesas que más tarde se transformarán en duros reproches hacia el PSC y Pedro Sánchez. Aunque no es en absoluto descartable que en ERC sean incapaces de decidir nada, y acaben entrando en un proceso autodestructivo, es lógico suponer que todos los sectores ahora enfrentados para controlar el partido optarán por salvar los muebles al precio de investir a Illa. Se admiten apuestas.