Si la gestión de la sequía ha sido mala en general ahora es, simplemente, incomprensible. 

Llevamos un año hidrológico con precipitaciones entre un 15% y un 20% superiores a lo habitual en las cabeceras de los ríos, según el servicio meteorológico de Cataluña; los embalses de las cuencas internas ya sobrepasan holgadamente el tercio de su capacidad, mientras los embalses catalanes en general, o sea, incluidos los de la confederación hidrográfica del Ebro, superan los dos tercios, con algunos como el de Riba-roja o Talarn a punto de desbordar. Pero seguimos hablando de la pertinaz sequía.

En el sistema Ter-Llobregat ya hay agua para que toda Cataluña pudiese consumir esa agua durante casi ocho meses. En toda Cataluña, si contamos los embalses del Ebro, para más de tres años. Y Sau, que durante meses se ha intentado vaciar, ahora crece de manera tan absurda como decrecía. ¿Por qué seguimos hablando de sequía?

Es evidente que una población asustada es más manipulable, pero basta ya de tomarnos el pelo hablando de restricciones y medidas excepcionales. Esto recuerda, y mucho, al final de la pandemia, cuando solo los políticos seguían empeñados en hablar de ella. Lo que hay que hacer es ponerse a trabajar para evitar volver a hacer otra vez el ridículo cuando dentro de unos años volvamos a padecer otro ciclo seco, como sucede en el Mediterráneo cada cierto tiempo.

Los resultados de las primeras auditorías municipales muestran algunos datos realmente horribles. Por poner dos ejemplos, los Ayuntamientos de Vilanova i la Geltrú y de Tortosa reconocen pérdidas en la distribución de agua superiores al 20%. Si esto ocurre en la distribución urbana, qué no ocurrirá con las cañerías que recorren la Cataluña más escondida.

Y más allá de no perder agua por instalaciones obsoletas hay que invertir más en instalaciones para reciclar y regenerar agua. Podríamos regar jardines y llenar las fuentes con agua reciclada desde hace meses, en lugar de cerrar todo, agravando aún más la imagen de suciedad y dejadez de Barcelona. Y lo de las desalinizadoras es ya de nota. Usémoslas ya, no volvamos a vaciar los embalses si podemos usar agua del mar. 

Cada día mejora la tecnología y hoy hay plantas de desalinización que consumen igual o menos energía que las plantas de reciclaje de agua. La Saudi Water Authority (SWA), que de tratamiento y gestión de aguas algo sabe, ha publicado recientemente un informe donde se muestra la impresionante caída del consumo energético, la huella de CO2 y la gestión de residuos, especialmente la salmuera. Y, por cierto, dos de las empresas líderes mundiales en esta tecnología son españolas, Acciona y Coxabengoa.

Compensar los defectos hídricos de unas cuencas con los excesos de otras es un auténtico tabú, antes preferimos arrasar el Delta del Ebro por inundaciones no controladas que llevar el agua sobrante donde hace falta. No hacer nada ya no puede catalogarse de incompetencia, sino, probablemente, de manipulación cuando no de mala fe o deslealtad con la ciudadanía.

El ciclo meteorológico ha cambiado y tendremos más lluvias al menos durante un año, tanto por la evolución del microclima del Mediterráneo como, sobre todo, por el cambio de masas calientes en el océano Pacífico ya que parece que hemos terminado el fenómeno del Niño, sobrecalentamiento, y puede que pronto entremos en el de la Niña, infracalentamiento.

La tierra es tan grande y compleja que predecir lo que va a ocurrir es tan complicado que lo mejor que podemos hacer es garantizar el suministro de agua usando la tecnología, que hay mucha y abundante. Pero la burocracia y la falta de iniciativa harán que las anunciadas inversiones queden en nada, como ya pasó tras la sequía de 2008. De momento, se han parado varias inversiones porque ya no estamos en fase de alerta. Y, eso sí, seguimos alarmando a la población, dejando secar nuestros parques y jardines y agrietarse las fuentes.