Las recientes elecciones europeas han certificado el final de procés: el PSC ha prácticamente igualado en porcentaje a la suma de Junts y Esquerra, siendo tan sólo una tercera parte del voto el que se ha orientado a fuerzas independentistas. Así, una vez consolidado el nuevo escenario político, necesitamos urgentemente aparcar las utopías, priorizar el gobierno de las cosas y alcanzar una mayoría que sustente al nuevo Govern.
Sin embargo, esta opción no aparece demasiado nítida o, de alcanzarse, difícilmente podrá contar con la mínima estabilidad parlamentaria para sostener la acción de gobierno que necesitamos: la que permita a Cataluña recuperar parte del mucho dinamismo perdido durante esta triste etapa del procés. Y en todo ello resulta determinante el papel de Carles Puigdemont, sin posibilidad para gobernar, pero sí con una enorme capacidad para enredar y seguir ahondando a Cataluña en la mediocridad. Seguramente el expresident debe pensar aquello de “cuanto peor, mejor” sin darse cuenta, o importándole bien poco, de que en realidad “cuanto peor, peor”.
Pero sería injusto señalar solo a Puigdemont, pues su deriva se alimenta del silencio de muchos, de manera especial del de aquellos políticos influyentes que, auto otorgándose la condición de moderados y buenos gestores, alentaron el procés durante años y, ahora, mostraron abiertamente su apoyo a la candidatura de Puigdemont. Personas, entre otras, como Artur Mas, Jordi Pujol o Xavier Trias a las que, siendo conscientes de las consecuencias de una repetición electoral, ni se les oye.
Unas nuevas elecciones en Cataluña y el innecesario y contraproducente escarnio público al gobierno español, no hacen más que perjudicar, y mucho, a los ciudadanos catalanes. Y los líderes moderados de Junts lo saben perfectamente. Lo suyo sería que alzaran la voz. Creo que no lo harán.