Así como la guerra entre Rusia y Ucrania parece no tener final, y menos si la realimentamos con armas y más armas, en Gaza parece que al menos hay un plan que podría abrir paso a un escenario de cierta paz.
Sabido es que se está trabajando en un plan de tres etapas mediante el que Israel se compromete a retirarse a cambio de recuperar a todos los rehenes, incluidos sus cadáveres, algo fundamental en la religión judía. Con más o menos altibajos, tan grandes como que el Gobierno se tambalea, parece aceptado que se cumplirá, comenzando por un alto el fuego y retirada de los soldados de las zonas pobladas para permitir la liberación de un buen número de rehenes a cambio de la excarcelación de cientos de palestinos, luego le seguirá la liberación de todos los rehenes y repatriación de cadáveres a cambio de salir las fuerzas armadas totalmente de Gaza y después llegará la parte más compleja, concretar el día después.
Para ese día después se habla de una fuerza de interposición musulmana, formada por países del norte de África y de la península Arábiga y sufragada por estos últimos. Y de ahí vendría el reconocimiento de Israel por el mundo árabe y de Palestina por Israel. Pero hay un problema de difícil resolución, ¿dónde se ubicarán los palestinos? ¿Volveremos a las fronteras de 1967 como ha dicho España al reconocer a Palestina? Lo dudo. Se habla de muchas alternativas, algunas tan exóticas como una isla artificial o un terreno en el desierto del Sinaí. Pero el problema es que el pueblo palestino está, lógicamente, lleno de odio.
Sean 35.000 como dice Hamás o 22.000 como reconoce Israel, son muchos los muertos, muchas las heridas que se abren sobre un pueblo impregnado de un más que lógico odio. Como era de esperar, varios de los rehenes están en casas de personas “normales”. No puede ser sencillo decir que no a alguien armado hasta los dientes que, además, ofrece dinero por esconder a los rehenes. Y cuando hay una operación de rescate, como la que recientemente liberó a cuatro rehenes y en la que perdió la vida el comandante de la misión, un judío sefardí, también caen civiles. Muerte y odio a raudales. Pero incluso asumiendo una paz casi imposible el problema no es solo dónde ubicar a los palestinos si no se opta por una reconstrucción que durará años.
Irán es el gran enemigo de Israel y alimenta a todas las guerrillas y grupos terroristas que les atacan, desde Hizbulá a los hutíes, pasando por Hamás. El equilibrio inestable que podría lograrse, de manera muy compleja, con Palestina se romperá en cualquier momento en el Líbano, en Siria o en cualquier otro lugar desde donde se ataque a Israel.
¿Hay alguien capaz de apaciguar a Irán? Desde luego, no hasta que el actuar líder espiritual, Alí Jamenei, fallezca y sea sucedido. Jamenei tiene 85 años “mal llevados” y no es improbable que fallezca relativamente pronto. Mientras eso no ocurre, se están posicionando posibles sucesores, todos ellos mostrándose cuanto más extremistas mejor. El reciente fallecimiento en accidente de helicóptero del presidente de Irán, del ministro de Exteriores y de uno de los imanes más importantes, deja la sucesión todavía más abierta y, por tanto, el rumbo de Irán es todavía más impredecible.
Debemos tener muy claro en Occidente que en los países musulmanes la ley proviene de Dios y hay una figura que la interpreta en cada país, Jamenei en este caso. En nuestro supremacismo cultural creemos que la democracia lo resuelve todo, y no es así. Ya vimos cómo la Primavera Árabe, que en realidad fue magrebí, acabó siendo un desastre con consecuencias tan terribles como Dáesh. Para que esa parte del mundo se estabilice, además del fin de la guerra en Gaza será necesario tender puentes con Irán, sin ellos será imposible lograr una paz duradera.
A favor de la paz está la necesidad de los países ricos de la zona, los que tienen petróleo, de diversificar su economía e integrarse en la economía mundial. Qatar, Emiratos y, sobre todo, Arabia Saudí serán actores relevantes en la necesaria pacificación, pero hacen falta líderes sólidos en Occidente, tanto en Estados Unidos como en Europa. Yasir Arafat, Isaac Rabin y Anwar el-Sadat dieron pasos decididos por la paz, y los tres fueron asesinados. No nos hacen falta más mártires, pero tampoco bomberos pirómanos que se posicionen solo de un lado empujados por un populismo carente de fundamento. Hacen falta personas capaces de cambiar el ritmo de la historia y de esas hay pocas en el firmamento político global actual.