Se cumple la regla de Jean Cocteau: “El exceso de información desinforma”. Los ditirambos parlamentarios catalanes montan un laberinto de tercios familiares al amparo del reglamento cameral y Josep Rull se encarama de repente en la presidencia del Parlament.

El soberanismo pierde el hilo en los comicios europeos; es un revés a lo Macron que renuncia al cordón sanitario frente a Marine Le Pen. Puigdemont se crece perdiendo un montón de votos; no será investido ni verá el cadáver de su enemigo pasar por delante de su casa. ERC investirá, Dios mediante, al socialista Salvador Illa, la mente ordenada de la política catalana en medio de tanto cabestro.

La madera negra tapizada de terciopelo rojo une los colores de un imperio sin emperador y tendente al mal gusto burguesito de la zona alta. El arcaísmo de la vanguardia procesista se mantiene en vilo; en la celebración alborozada del lunes, sus protagonistas se remontaron a la Comisión Abad Oliba de 1947 como un hito de la patria presidido en su día por Félix Escalas, fiel al franquismo, y por Millet i Maristany (abuelo del Millet del caso Palau).

Olvidan que los requetés del Tercio de Montserrat flanquearon aquel día al general Bum-bum entrando en el monasterio bajo palio. De eso se acordaron Junts y ERC -aunque ellos hablen del milenario Oliba de Sant Miquel de Cuixà o de Ripoll- con la emoción desatada de la Mesa de la Cámara y su perita en dulce: un paisano del Consell de la República presidiendo el Parlament, segunda autoridad de Cataluña. 

El nacional-cristianismo de la patria lacerada entona el Virolai junto a las armas del nacionalcatolicismo antijudeomasónico, ofrendando a la cruz preconstitucional de San Andrés. Ambos nacionalismos están a prueba delante de la Santa Alianza que recorre Europa y reza el rosario de la aurora delante de la sede del PSOE, en Ferraz. Los nuestros no defraudan nunca; prolongarán la ceremonia de la confusión para intentar colocar en la Generalitat al hombre de Waterloo.

El alto tribunal delibera con sordina sobre la ley de amnistía, pero Junts no utiliza la estrategia. Es partidaria del fonema mayor, pero olvida que las palabras emotivas e inconexas no son un discurso elocuente, del mismo modo en que unas cuantas notas sueltas no son una melodía.

Rull luce el clásico mohín de asociación de vecinos y le da un buen tute al boli sobre el bloc de notas, mientras habla del siguiente paso ensalivando el argumento. Es un hombre romo; su caballo dice jaque al rey sobre un tablero de sábado triste en el patio de una rectoría. El soberanismo catalán huele a cirio quemado, mientras que los del rosario desprenden el incienso de los turiferarios.

La izquierda se difumina. A Yolanda Díaz le sobra entusiasmo de oficio, pero le falta el entusiasmo del alma. Cumple con su encargo institucional en el Gobierno, a la sombra de Pedro Sánchez, pero no tiene músculo ideológico. Quien la puso donde está, un tal Pablo Iglesias, hablaba de Gramsci y había leído a Nicos Poulantzas; pero con esto no basta.

A la izquierda del PSOE, las ideas se dispersan en las taifas, mientras que, al otro lado del abanico, Vox se estanca y le sale un grano en el frente de su tropa imberbe: 800.000 “jóvenes bárbaros” consumen a diario el eco de su propia voz en las redes sociales y dan carta de naturaleza a Se acabó la fiesta de Alvise Pérez, un mozo de cuadras que quiere la caballeriza entera. Un toque de atención para Santiago Abascal; fuego amigo desde el lado fiero de la hidra venenosa que recorre Europa.  

El ciclo electoral se solventa con heridas en La Moncloa, asaltada por el frente judicial de la derecha a cielo abierto y sin disimulos. El CGPJ advierte a Sánchez, mientras un montón de magistrados se ponen al lado del poder judicial. El asalto de los soberanistas al Parlament de Cataluña se cuela en medio de la agenda jurídico-legislativa española cernida sobre el Ejecutivo del PSOE. Pero lo cierto es que, en las últimas citas electorales -generales, autonómicas y europeas-, Junts, Esquerra y CUP han ido muy a menos. Han perdido un millón de votos.