Otra jornada de reflexión, y puede que no sea la última de este año porque no es imposible que nos hagan repetir elecciones en Cataluña o puede que la mayoría que sustenta a Sánchez salte por los aires y también vayamos a elecciones generales en otoño, comienzo de 2025 dicen los más optimistas. La verdad es que ya cansa tanto voto baldío, porque parece que a los políticos solo les motiva ganar elecciones, no usar nuestros votos para hacer algo útil.

Estas elecciones europeas parecen más relevantes que otras, aunque veremos si la participación lo confirma. Las tensiones geopolíticas son enormes, la globalización anda en retroceso, se trata de las primeras elecciones tras la salida de un Estado miembro, la política está más y más polarizada, estamos envejeciendo, la emigración nos supera, somos muy frágiles energéticamente… demasiados frentes abiertos.

La primera gran incógnita es si la mayoría actual, la gran coalición, se podrá reeditar o si por el contrario se definirán más los bloques de izquierda y derecha. La fragmentación de los extremos es lo que, hasta la fecha, hacía posible la gran coalición, pero puede haber movimientos de reagrupamiento en la derecha y algo menos probables en la izquierda que llevarían a una mayor polarización y un gobierno más escorado hacia un lado del espectro.

Son muchísimas las políticas que necesitamos coordinar, toda vez que hace tiempo que se ha renunciado a una integración mayor. Defensa, energía, agricultura, pesca… y, sobre todo, la emergencia demográfica, usando las hipérboles que tanto nos gustan. Si no tenemos suficientes hijos como para poder asegurar nuestra supervivencia, ¿cuál es el límite a la emigración? ¿Y de dónde ha de venir? La historia de Europa es, fundamentalmente, cristiana, judeocristiana a lo sumo. ¿Estamos dispuestos a renunciar a ella? El laicismo que entendemos como valor de progreso puede hacer que dentro de nada la religión dominante en Europa, o al menos en algunos países, sea la musulmana. ¿Es eso lo que queremos para nuestros hijos, pasar del laicismo a un fundamentalismo religioso propio de otra cultura? 

Lo que en su día comenzó como una zona de intercambio y libre comercio hoy se enfrenta a preguntas existenciales en muchos frentes. Los políticos no nos van a resolver casi nada, pero no es lo mismo tener al frente de la manifestación a unos de un color o de otro. Tenemos que pensar bien a quién votamos y, aunque no pasará, entender que en Europa necesitamos probablemente a alguien diferente de a quien necesitamos en España. Barcelona en casi toda su historia democrática desde la reinstauración constitucional del 78 ha mantenido un sano equilibrio entre los balcones de la Generalitat, coincidiendo pocas veces el color de la alcaldía con el de la Generalitat. ¿Qué será mejor para nuestros intereses en Europa, un contrapeso o gobiernos de igual color?

Es muy frívolo identificar un festival televiso de la canción con toda Europa, pero en él vemos unos valores que está por ver si son los mayoritarios o solo son los más ruidosos. En esta cruel tendencia a cosificar al adversario se mete en el mismo saco a Meloni, Orban y Le Pen, o a Díaz, Mélenchon y Wisler. No hace falta que aprendamos de memoria todos los programas políticos, pero sí sería bueno que hiciésemos un esfuerzo por entender los matices principales. De hecho, el encaje de las opciones españolas no siempre es evidente. Junts no se integrará en ningún grupo; Vox, en el de Meloni que no es el de Le Pen ni el de Salvini; Bildu y Podemos se integrarán en the left, pero ERC y Sumar con los verdes… la diferencia está en los detalles, pero como cada vez más nos gusta el trazo grueso es más que probable que cada uno vote al que está en su trinchera.

Es evidente que lo primero es votar, pero si lo hiciésemos de manera razonada y hasta inteligente, votemos a quien votemos, igual nos iría algo mejor. Y al menos lo que votemos durará cinco años, no como en el resto de las elecciones.