Al entrenador del Fútbol Club Barcelona, conocido por todo el mundo como Xavi, le habían convencido de seguir un año más al frente del equipo, y él tras pensárselo mucho y considerando que tenía ya casi armado un cuadro de jovencísimos jugadores con los que el próximo curso o el otro podría dar mucha guerra, aceptó la oferta. Pero pocas semanas después se le ocurrió decir en rueda de prensa una verdad: que las finanzas del club no están en su mejor momento y por consiguiente no se puede fichar ases extranjeros con la alegría de hace unos años.
Es una verdad bien sabida. ¿Dónde está la ofensa? Bien, en algún lado tiene que estar porque el presidente del club, el orondo y saturnal Joan Laporta, montó en cólera y le ha despedido de manera fulminante.
A mí me echan así, y me voy por la calle repitiendo: “¿Pero yo qué he hecho? ¿Pero yo qué he hecho?”. En cambio, este Xavi tiene más temple de lo que parece, porque en vez de protestar o decirle al presidente el nom del porc, ha dado las gracias, ha dicho que ojalá un día pueda volver, y visca el Barça!… Bravo.
Ahora me he enterado de que un locutor de TV3% llamado Ricard Ustrell, parece que bastante popular en Cataluña aunque también controvertido, porque le detestan los más pirados del lazismo, especialmente los que no son invitados a su programa, ha visto este cancelado de la noche a la mañana por unas palabritas de más.
Parece que estando Ustrell en una emisora de radio el locutor le preguntó si pensaba seguir el debate entre los candidatos a las elecciones catalanas que aquella misma noche iba a celebrar, precisamente, TV3%, y el tal Ustrell respondió que no, porque a aquellas horas tenía que “colgar un cuadro”.
La ocurrencia es flippant y graciosa, denota considerable desenvoltura y atrevimiento juvenil, quizá también una punta, una puntita de exagerada soberbia, porque de un solo golpe le daba una patada en la espinilla a todos los candidatos que iban a participar en el debate y además a los profesionales de la misma cadena televisiva que lo había organizado, al declarar que para él ese gesto de clavar un clavo en la pared de su hogar era más importante que cuanto tuvieran que decir aquella pandilla de pelmas.
(Bueno. Un excurso para explicar por qué comprendo y respaldo a Ustrell, aun sin conocerlo ni haberle visto nunca en antena. Parece que aunque aún es muy joven ya es padre de familia, y tiene dos hijos muy pequeños. En tal circunstancia es normal que quiera Ustrell arreglar el piso donde vive para que sea el nido más cómodo y grato que pueda ofrecerle a sus retoños y a su mujer. Eso es humano, joder. Y eso, desde luego, incluye decorar las paredes con amables estampas o paisajes. Otrosí, todos sabemos que los bebés tienen un sueño muy liviano y si se despiertan por la noche lloran y berrean, todos tienen algo de la niña de El Exorcista, y en casa no hay quien duerma. En tales circunstancias, ¿qué iba a hacer el hombre? El debate de marras empezaba en TV3% a las diez de la noche; seguramente no terminaría hasta las once y media o más tarde aún, quizá a medianoche. ¿Y querían los responsables de la tele que Ustrell esperase, para dar martillazos en la pared, hasta las doce, y despertase a los niños, y se expusiera y expusiera a su mujer a otra tanda de llantos? Convendrán ustedes conmigo en que no es razonable pedirle algo así a un flamante papá).
Falta, insisto, deportividad, relativismo, distensión. ¿Había que tomárselo tan a la tremenda? ¿Hay que ser tan rápidos en fulminar al que mete la pata o se pasa un pelo de la raya o dice unas palabras de más? ¡Tolerancia, señores! ¡Tolerancia!
Estas dos anécdotas tan chocantes, ¿son casos excepcionales? ¿O por el contrario marcan una pauta, una tendencia de comportamiento en la sociedad catalana, por lo menos en sus instituciones y estamentos jerarquizados? ¿Asistiremos en los próximos días a una tercera defenestración súbita? ¿La de quién?
Porque si fuera así, sería preocupante. Tanto en el caso de Xavi como en el de Ustrell --o, mejor dicho, en las consecuencias de las ciertamente imprudentes palabras de Xavi y de Ustrell-- se advierten síntomas de rigidez e intolerancia, incluso de una forma exasperada de reaccionar que no me parece muy catalana, nada cool, y que quizá tenga que ver con la derrota y frustración del procés, que dejó tóxicos residuos de resentimiento en los despachos de los próceres. Se toman la revancha contra el primer pardillo que pasa por ahí y dice una inconveniencia. Ya no se le hacen reproches o advertencias, directamente se le echa. ¡A la puta calle, mamón!
No es bonito. No me parece bien.