La tendencia autoritaria que recorre Europa amenaza los pilares de la UE, por primera vez en la historia. Los nombres de los partidos ultras sirven de clavijas para detectar su grado de penetración institucional. Lo veremos el próximo domingo 9 de junio, un día antes de la formación de la Mesa en el Parlament en Cataluña, que quiere presidir ERC antes de investir a Salvador Illa en la presidencia de la Generalitat.
Esquerra quiere primero un Parlament soberanista y el paso siguiente consiste en tratar de investir a Puigdemont, una causa perdida en cuanto que charlotada; y, a continuación, investir a Illa, como quieren Oriol Junqueras y Marta Rovira. El asambleísmo de ERC no cuenta; es un cordero vestido de león.
Mientras tanto, Núñez Feijóo se mece entre la gazmoña y el mal café. No sabe en qué día y en qué año se jodió España, como recuerdan los analistas dispuestos a considerar que nuestro trágico 11M se parece al Perú de Vargas Llosa en Conversación en la catedral. Pero aquel cuello de botella alumbrado por la mentira del expresidente Aznar no proyecta ya su sombra sobre España. En cambio, a la derecha del PP de hoy, las aspiraciones crecen a diario con el alimento de una UE en ruinas, amenazada por la alianza entre el autoritarismo del Este, el quebradizo centro y el complejo mundo meridional de Giorgia Meloni, Primavera di bellezza/ Per la vita nell’asprezza...
No estamos en la catedral desbrozando el porqué de tanta insania. Más bien despertamos de un trance tras el cual “el dinosaurio todavía está allí”, como escribió el sintético Augusto Monterroso. Y lo cierto es que Santiago Abascal permanece cada mañana a los pies de nuestra cama. El líder ultra se erige en puntal y tiene a quién parecerse; reencarna a Onésimo Redondo, aquel que fundó el semanario La conquista del Estado, inspirado en la publicación homónima del italiano de Curzio Malaparte (La Conquista dello Stato), génesis del fascismo en los años treinta.
En la última semana de las europeas, Bruselas parece haber olvidado que el nacional populismo de la extrema derecha hiere a las instituciones internacionales –el FMI, el Banco Mundial, el BCE, la OMC o la OCDE– que han hecho del mundo un lugar habitable. Se anuncia el renacimiento del proteccionismo frente al librecambismo, con la intención de establecer un frente común entre una UE retardataria, reconvertida en simple comunidad del euro, y el presidenciable de EEUU Donald Trump, condenado por 34 títulos penales.
Núñez Feijóo, criado en el fasto de la Galicia de los caciques y los pazos, es un político alimentado en digresiones simples y encendido en deseos de gloria. Espera su turno para después de las europeas; proyecta para entonces su lamentable moción de censura que incluye a Vox y Junts, representantes ambos de la marginalidad disconforme con el orden europeo.
Junts y Vox son la expresión fiel de las guerras tribales: capuletos y montescos; taifas y cristianos viejos; metafísicos y magos; tirios y troyanos; dardanios y romanos. Siempre irreconciliables, pero eternamente concomitantes más allá del cordón sanitario que establecen la elocuencia y el buen gusto. Son extremos, pero extremos que se tocan a partir del paralelismo esotérico del núcleo fundacional de las dos patrias: la Cataluña de Jofre y la España inmortal de Covadonga. No digo que acaben haciendo migas en la transición utilitaria en la que sueña Feijóo, pero coinciden en un enemigo estratégico, Sánchez, y pueden hacer las paces con el PP si se trata de desestabilizar a la España del 78.
Feijóo les une hasta más allá del ridículo. Pero las tres fuerzas que hipotéticamente soportarían la moción contra Sánchez saben que el presidente socialista ya ha hecho el trabajo sucio, al poner en marcha el perdón del procés. Dentro de unos meses, cuando la amnistía alcance su plenitud, con permiso de los jueces que no dijeron ni mu ante la amnistía fiscal de Rajoy y Montoro, los dados del destino volverán a correr. Y, para entonces, el PP podrá poner sobre la mesa una vía alternativa con el apoyo de los soberanistas.
La política no tiene memoria. La juventud no admite cortapisas, pero en la madurez es necesario “renunciar a los hombres cultos y a las queridas”, en palabras de Montesquieu (Ensayos). No olvidemos que la espoleta de Feijóo ha germinado en Faes, el cráter doctrinal de los conservadores, y allí nunca ha dejado de pensarse que la solución de la permanente crisis territorial exige integrar a las periferias vasca y catalana. La España de siempre quiere resolver las disensiones a fuerza de razones de Estado. Solo le queda el obstáculo insalvable: Pedro Sánchez, un diestro jamás superado en las tardes de gloria de la Real Maestranza de Caballería.