No sólo debería dejar el Gobierno de España de enredar, para complacer el narcisismo de sus socios nacionalistas, en las instituciones europeas con el reconocimiento y la incorporación oficial de las lenguas catalana, vasca y gallega (¿por qué no también el bable y el castúo? ¿Es que acaso por el hecho de ser sólo “dialectos”, o “hablas”, y no “lenguas”, tienen menos dignidad y menos derechos? ¿Qué clasismo lingüístico es este?), sino que, dando ejemplo de unitarismo y voluntad de eficacia y de ahorro, debería renunciar al uso del español, e instar a los demás países integrantes de la Comunidad a que hicieran lo mismo con sus propios idiomas. Es grotesco que en la Comunidad haya 24 lenguas oficiales. No: todo en inglés. Las ventajas serían enormes.

El inglés es una lengua relativamente fácil de chapurrear, culturalmente dominante, y lengua franca en todo el mundo. Y, además, ahora que Gran Bretaña está fuera de la CE, ya no podrían sus representantes sacar partido de una mayor fluidez y conocimiento del idioma, y el inglés de la CE sería una especie de latín o de esperanto.

Es notorio que a mucha gente le escandaliza y no sin razón el gasto suntuario de nuestras instituciones europeas y la vida de califa de nuestros europarlamentarios. Está muy bien contada en Bella del señor, de Cohen. Pues bien, suprimiendo la oficialidad del español, del francés, del alemán y de otros 20 idiomas, por no hablar del maltés y de los idiomas de países apenas simbólicos, simplificaríamos sustancialmente la burocracia. Se perderían docenas de miles de sinecuras bruselenses de traductores e intérpretes, se ahorrarían toneladas de papel impreso, se ganaría en austeridad, en eficacia. Todo son ventajas.

¿Sólo el inglés como única lengua oficial en la CE? Que se tranquilicen los extremistas de las patrias: esto desde luego no afectaría para nada a la salud de las distintas lenguas: a la sociedad italiana, por poner un ejemplo, no le parecería que el hecho de que en los foros de Bruselas no se hablase en italiano pondría en peligro la supervivencia del idioma.  

No perdamos más el tiempo y el dinero del contribuyente en satisfacer los exigentes caprichos de los fanáticos de su lengua materna que reclaman para ella reconocimientos simbólicos y superfluos. No agreguemos más pisos a la torre de Babel. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, aguijoneado por sus socios, que son los que le permiten cobrar a fin de mes, dice que no va a cejar en el empeño de “democratizar” aún más la UE, incorporando todo Babel a sus debates, y encima reclama el apoyo del PP a esta iniciativa absurda, cara, innecesaria y un poquito delirante.

Me disgusta –pero no me sorprende– que un ministro de esa cartera se ocupe de estos bizantinismos, de complacer el narcisismo de los ofendiditos de las lenguas en las comunidades periféricas, en momentos de desafíos preocupantes a los que debería prestar toda su atención. Mejor haría en anunciar en el próximo pleno del Parlamento: “España renuncia al uso del español en las instituciones comunitarias. Ruego a los demás socios que hagan lo mismo, seamos más rápidos y flexibles, menos burocráticos, más eficientes”.