El espectáculo que sus señorías protagonizan a diario en la sede de la soberanía nacional es insuperable. Ayer jueves tuvieron a bien aludir a los orígenes familiares de unos y otros para argumentar sus insultos al adversario político.
Así, ante el recordatorio de su irresponsable y violenta retirada de la bandera española del balcón del Ajuntament de Barcelona, Pisarello fundamentó su defensa en ser descendiente de exiliados republicanos y de ese modo se situó en las antípodas ideológicas de los “señoritos” de Vox, que “siempre han vivido del cuento”. Es posible que así sea, pero hay que ser muy olvidadizo si no admite primero que, entre sus filas y las de sus colegas, hay un buen número de descendientes de franquistas, desde hace décadas arrimados al abrevadero plurinacionalista.
Mientras, los uninacionalistas de Vox llamaban traidor, una y otra vez y a pulmón abierto, a Sánchez y sus colegas de partido. La señora presidenta mostró, una vez más, su indolencia e incapacidad para poner orden en el hemicirco. Y hete aquí que intervino el diputado del PSOE Rallo Lombarte con argumentos propios de un clérigo al asegurar que Europa bendice y Cataluña agradece la ley de amnistía. Le faltó el hisopo y el agua bendita.
Rallo destacó la apabullante mayoría cualificada que ha apoyado la polémica ley: 15 de los 19 partidos presentes. Nada más y nada menos que el 78,9%. O, más aún, todos los grupos de la Cámara menos dos. Un típico argumento procesista. ¡Más democracia imposible!
Convencido y envalentonado por esos datos tan demoledores, el manipulador y cuantitativo orador no tuvo empacho en llamar filonazis y neofascistas a los diputados de Vox. Y todo para disfrute de los nacionalcatalanistas que se relamían y afirmaban gozosos que este éxito es sólo un paso hacia el referéndum y el triunfo final.
Cuesta imaginar en los meses venideros una España diversa y cohesionada con estas formas tan agresivas y terraplanistas de hacer política. El tremendo ruido de la amnistía –causado por la escatológica necesidad de romper el estreñimiento sanchista– no es positivo para nadie, empezando por Illa y su equipo de municipalistas. A la espera de recursos y demás zarandeos, la política catalana necesita que el interregno se alargue el mayor tiempo posible. El ruido ha de bajar en decibelios.
Desde 2017, la metástasis procesista ha desestabilizado la política española, que lleva siete años bailando al ritmo alocado del nacionalcatalanismo. Si después de la dura colleja que el procés ha recibido, los independentistas tienen que negociar el control absoluto de su telaraña y no pueden evitar la Pax Sociovergenti, la política catalana –y por contagio la española– puede entrar en otra fase.
El rumbo que tome la política catalana en los próximos meses puede ser decisivo para el futuro de España, con o sin el pentarreflexivo Sánchez. Pero para avanzar hacia ese escenario en Cataluña, hay que tener presente también al PP catalán, un partido clave si Illa pretende que la anhelada y pragmática Pax tenga cierta estabilidad, y no siga siendo el Parlament otro esperpéntico hemicirco.