No hay cosa peor que caerse del guindo. Han tenido que pasar siete años para que un independentista, que compartió exilio con los fugados, reconociera que en el recuento del referéndum del 1 de octubre nos tomaron el pelo y nos engañaron a todos los catalanes. En definitiva, lo que nos ha contado José Miguel Arenas, Valtònyc, es que nos mintieron. Que el recuento fue falso y que aquella participación superior a los dos millones era un deseo y no, una realidad.

Cierto que ese día, aciago sin duda, la policía actuó tarde y mal, pero recuerden que aquel conseller de Sanidad, hoy candidato de Junts, que se caracteriza por haber sido miembro de varios partidos y diputado en el Parlament sin dar un palo al agua, nos daba cifras escalofriantes de heridos que en su gran mayoría eran pura filfa. De aquellos polvos, hoy el procés está dando sus últimos estertores en su propio fango.

Qué fue una mentira desde el principio era un hecho que muchos sabíamos, pero miles de ciudadanos catalanes independentistas se lo creyeron todo a pies juntillas. Qué las estructuras de estado estaban en marcha, qué el referéndum fue una expresión democrática donde una gran mayoría dio respaldo a la independencia, qué Europa estaba esperando el momento para apoyar a la República Catalana, qué el mundo nos miraba con admiración poniendo como ejemplo los artículos publicados en los grandes periódicos del mundo -pagados con dinero público, of course-, qué las leyes de secesión respetaban los derechos de todos los catalanes….

Fue todo un empacho de mentiras que ahora pone negro sobre blanco uno de los referentes del independentismo. Y lo hace cuando el procés ha muerto, o herido de muerte si prefieren, cuando los independentistas son conscientes de que ellos son las primeras víctimas de las mentiras de sus líderes. Por eso, es relevante que personajes como Carles Puigdemont o Toni Comín sigan ciegos y no quieran irse a su casa. Puigdemont planteó las elecciones catalanas, autonómicas por cierto, como un plebiscito a su persona. Esperaba que el 12 de mayo lo convirtiera en el hijo pródigo que volvía a casa y era recibido con entusiasmo.

Su egocentrismo le llevó a decir que si no era presidente dejaba la primera línea de la política. No lo va a ser y por eso esta semana ha rectificado y ya no se irá a casa, si no es presidente. Para serlo necesita que ERC y PSC vencidos y desarmados se plieguen a su mesianismo enfermizo. Quizá lo que debería hacer el principal culpable del desaguisado del procés es dar explicaciones sobre la gran mentira del referéndum del 1 de octubre, ese santo grial independentista que Valtònyc ha convertido en un mero imán de nevera, un recuerdo más bien para olvidar. Si se engañó, ¿cuál fue el papel del president de la Generalitat? Haría bien Puigdemont en explicarse. Y Comín, como candidato, también porque fue parte activa de la gran mentira.

Puigdemont mintió y engañó y ahora ha fracasado. No ha ganado las elecciones y como flautista de Hamelin ya no tiene el predicamento pasado. Ni ERC, ni la CUP le quieren seguir como mansas ovejas. Solo Alianza Catalana le quiere dar una segunda oportunidad aunque solo sea para esperar agazapada para robarle votos por doquier. El procés está KO, pero el independentismo sigue ahí. Y algunos todavía dentro de su burbuja. Un buen amigo, indepe irredento, se preguntaba al hilo del reconocimiento de Palestina como Estado, por qué Cataluña no tuvo reconocimiento internacional. ¿Qué tienen los palestinos que no tenían los catalanes? En la pregunta está la respuesta. Porque fuera de los irredentos nadie se creía el procés. Y encima nos vendieron gato por liebre.