Juanma Moreno tiene la enorme habilidad de sonreír ligeramente ante cualquier atisbo de adversidad. En el lustro que el PP lleva al frente de la comunidad autónoma andaluza, la cosa pública está inmersa en un proceso de deterioro cada vez mayor y evidente. Y, mientras, el presidente andaluz mira de reojo y sonríe.
La progresiva privatización de los servicios se aceleró en la última década del PSOE al frente de la Junta, el PP sólo ha tenido que mantener la gestión socialista con menos alevosía y nocturnidad. No ha de extrañar que, después de 15 años, los signos de alarma se multipliquen y acumulen.
Las pésimas condiciones en la que se encuentran larguísimos y transitados tramos de carreteras, caminos y autovías son una ilustrativa muestra de la decadencia y crisis que atraviesa Andalucía. Dirán que unos son competencia del Estado, otros de la Comunidad o de las Diputaciones, pero al ciudadano que sufre a diario esta situación le importa bien poco la titularidad, sólo constata la acumulación de baches y peligros al volante.
La limitada inversión en la red ferroviaria es otro agujero negro de incalculables consecuencias en los años venideros. Casos como el tramo de alta velocidad Sevilla-Huelva –proyectado desde 1992– son un ejemplo palmario de la ineptitud de los gobernantes centrales y autonómicos por solventar un grave problema de comunicación de apenas 80 kilómetros llanos. El desprecio a la ciudadanía ha mutado en insulto cuando hace unos días el ministro tuitero del ramo anunció que ese trayecto no se iniciará ni concluirá antes de 2050, al tiempo que se ha puesto en marcha un tren directo entre Sevilla y Huesca [sic].
El imparable deterioro de la sanidad pública en Andalucía es también más que evidente, por falta de inversión y por incapacidad en la gestión. La suma de ambas limitaciones está dejando un panorama desolador, agravado por un cada vez mayor absentismo laboral –sea por hartazgo o por incumplimiento horario–. El concierto con hospitales privados ha demostrado ser una estafa en toda regla, al recibir esos centros grandes cantidades de dinero que no se corresponden con su limitada e insuficiente cartera de servicios, que ha de ser cubierta a la primera de cambio por los saturados e infradotados hospitales públicos.
Dos últimos y recientes ejemplos más de la incompetencia del PP para gestionar la cosa pública. El consejero Antonio Sanz ha anunciado a bombo y platillo el éxito del Plan Aldea en la más que concurrida Romería de El Rocío. Con una ligera sonrisa a lo Moreno Bonilla, Sanz ocultó sin vergüenza alguna el fracaso absoluto del transporte público de autobuses.
Varios miles de visitantes han tenido que aguantar de madrugada, hacinados en una imaginaria estación en la nada, con treinta asientos [sic], a oscuras y con más de tres horas de espera. Y más sospechoso aún: la compañía de autobuses obligaba en taquilla al pago en efectivo a los viajeros. ¿Cuál es la relación entre servicio público y beneficio privado? Ni siquiera la dimisión del consejero podría tapar este presunto fraude fiscal y el alarmante abandono al que fueron sometidos las decenas de miles de ciudadanos. Mientras, Moreno Bonilla mantiene su gesto habitual: mirar de reojo y sonreír.
Este caos se ha repetido también en la Feria de Córdoba, donde miles de conductores quedaron atrapados durante horas en el enorme aparcamiento del recinto, privatizado por el gobierno municipal del PP. Sólo la iniciativa de los ciudadanos, abriendo barreras, dio solución a lo que podía haber sido un problema mucho mayor.
En sectores públicos estratégicos o en concentraciones multitudinarias, estos políticos conservadores están demostrando día tras día una enorme incapacidad o, si se prefiere, un determinado interés en gestionar la cosa pública. A cambio, el PP del cordial Moreno Bonilla es cada día más andalucista, por sí, por su España y por su humanidad.