Los que peor llevan esa incertidumbre respecto al futuro gobierno de la Generalitat no son los políticos, que al fin y al cabo seguirán viviendo de ello, y muy bien, en uno u otro lugar. Los que peor lo llevan son los enchufados: dícese así, de quienes se auparon a un cargo gracias a su filiación política.
Cada vez que se produce un cambio de gobierno, centenares de enchufados del partido que forma el nuevo ejecutivo, sustituyen a otros centenares de enchufados del partido que había ganado los comicios anteriores. Imagino que se saludan en la puerta, los que salen, apenados y con gesto de resignación, los que entran, con la alegría que dan cuatro años por delante (si no se produce un adelanto electoral) trabajando poco y cobrando un buen sueldo.
Unos y otros no atesoran otro mérito que el de ser fieles a unas siglas, y se saben tan enchufados como sus contrarios, con lo que se crea entre ellos una especie de camaradería, la fraternidad de los chupones, como si dijéramos. Al fin y al cabo, quienes se enfrentan por sus ideas son los políticos profesionales, no ellos. Ellos no tienen ideas, y si las tienen, las disimulan, que están ahí para enchufarse. Son unos mandados. Con generosos sueldos, pero unos mandados.
-Ánimo, hombre, todo pasará. Yo llevaba años de peón de albañil, ya me iba tocando ocupar una dirección general- comenta el que llega.
-Lo sé, lo sé, si no tengo nada contra ti. Es sólo que echaré de menos venir a trabajar a media mañana y librar por la tarde, si tengo que regresar a la cadena de montaje- responde el que se va.
Se trata de centenares de cargos entre asesores, directores generales, secretarios, jefes de gabinete, responsables de prensa, expertos en protocolo, coordinadores de eso y de aquello, directores y subdirectores de instituciones varias, y un inacabable etcétera. Todos viven ahora en el desasosiego.
Los militantes socialistas a quienes se les prometió una dirección general o un cargo de asesor, no saben si comprarse un traje o dejarlo para más adelante, alguno incluso está esperando para cambiar de coche a tener el cargo seguro, que, con el nuevo sueldo, se compraría un modelo más lujoso.
Los de Junts no pierden la esperanza de pillar cacho, y están poniendo velas a su santo favorito, Sant Puigdemont, a ver si con suerte acaba de president y les encarga dirigir el instituto de lo que sea, tanto da, estaría bien poder ir este año una semanita de vacaciones a la Costa Brava.
Los de ERC, pobrecitos, no tienen más esperanza que la repetición electoral, no porque tengan posibilidad alguna de ocupar otra vez su cargo actual -la derrota es segura, hasta más dura si cabe-, sino porque eso significaría tres o cuatro meses más en su puesto de trabajo. Algo es algo y de perdidos, al río. Sin embargo, las últimas palabras de Puigdemont abriéndose a pactar con ERC -más bien suplicándolo-, les han proporcionado un halo de esperanza: esa extraña alianza podría salvar algunos de sus puestos en la administración.
No habría cargos para todos, ya que tendrían que repartirlos con los demás partidos, pero menos da una piedra. En caso de apuro, siempre pueden crearse nuevos chiringuitos para que todos reciban su parte del pastel, no sería la primera vez. Incluso en Comuns y la CUP salivan como perros de Pávlov, con la sola posibilidad de un amplio pacto: “ya sé que serían pocos enchufes, pero ¿y si me toca a mi?”, piensa para sí cada uno de sus militantes más destacados, en especial los familiares y amigos de los dirigentes.