Llevamos una semana analizando el resultado de unas elecciones que dan para todo tipo de elucubraciones. En cualquier caso, todo señala que Cataluña ha decidido libremente aparcar el procés, y así parecen haberlo entendido las fuerzas políticas, con la excepción de Carles Puigdemont, que ha llegado a pedir a Salvador Illa que renuncie a formar gobierno y facilite su investidura.

Dado que la aritmética parlamentaria no justifica su pretensión, es de suponer que razones de orden moral son las que le llevan a considerar de lo más justo esta peculiar exigencia. Por ello, quizás resulte conveniente acercarnos a aquellas aportaciones del expresident que le sitúan por encima de los demás.

Resulta muy curioso como Puigdemont no ha ganado ninguna elección, pues fue elegido president en 2016, ocupando el número tres de las listas de Junts pel Sí por la circunscripción de Girona. Pese a una posición tan secundaria, le encumbró la CUP que, tras celebrar una más que estrambótica asamblea que finalizó con un empate a 1.515, decidió no apoyar la candidatura de Artur Mas. Como había que encontrar algún candidato aceptado por Junts pel Si y la CUP, se optó por Puigdemont.

Al cabo de un par de años, en que la gestión del día a día resultó inexistente, todos recordaremos aquel otoño que culminó con la singular declaración de independencia. Tras la misma, un largo período de desorientación y fractura que parece haberse cerrado este pasado domingo. Ocho años en que ha resultado evidente el deterioro y la pérdida de oportunidades para los catalanes. Un desastre del que muchos son responsables, pero el primero de ellos es Puigdemont, que por algo ocupaba la presidencia  de la Generalitat; y sabía que la declaración del 10 de octubre no tenía recorrido alguno y situaría a Cataluña en un escenario más que complicado.

Recientemente, la Ley de Amnistía se presentaba como una oportunidad para cerrar un período tan negativo como innecesario; se trataba de entender la complejidad del momento y favorecer una tramitación lo más amable y sensata posible. Sin embargo, Puigdemont se ha empeñado en fracturar y radicalizar. Y, ahora, tras unas elecciones que certifican las prioridades de los catalanes, insiste en mantener la tensión en beneficio propio y evitar que Cataluña abra una nueva etapa de reencuentro y progreso.

Lo que Cataluña necesita es que Junts decida qué quiere ser de mayor; que Puigdemont, tras regresar definitivamente aclamado por los suyos, se retire a descansar tranquilamente; y que, por fin, los ciudadanos de este país podamos olvidar lo antes posible este destructivo procés.